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Recientemente hemos celebrado el Día del Trabajador, que en nuestro país tiene una especial connotación dadas las importantes reivindicaciones sociales y conquistas que alcanzó la clase trabajadora, teniendo su apogeo en el movimiento justicialista, que introdujo en Argentina el constitucionalismo social. Desde entonces, con avances y retrocesos, los trabajadores argentinos cobraron conciencia de su importancia como parte del sistema, y de su derecho a ser partícipes en la distribución de la renta nacional. Pero el motivo de este escrito es reflexionar sobre una frase que escuchamos muy a menudo, y que muchos repiten sin meditar acerca de su veracidad, y es aquella afirmación de que “el trabajo dignifica” ¿Es esto cierto? Me permito asegurar que no. En efecto, sostener que el trabajo dignifica implica que un agente externo -por ejemplo el dador de trabajo, sea privado o público- puede conferir y quitar la dignidad a una persona. Y esto, desde los avances del cristianismo y del movimiento internacional de los derechos humanos, se torna absolutamente insostenible. La dignidad humana es intrínseca, existe por el solo hecho de ser, nadie puede darla ni quitarla, lo que sí puede hacer un agente externo es reconocerla o negarla. Entonces, lo que sí hace el trabajo es reconocer y actualizar esa dignidad, llevarla desde la potencia al acto, desde la semilla al fruto. El trabajo entonces no dignifica, sino que reconoce la dignidad, la hace presente, como también la hacen presente otros aspectos de la existencia que ponen a la persona en sintonía con sus capacidades y derechos. Y tampoco olvidemos que nuestra ley de contrato de trabajo reconoce expresamente en su art. 4º que la finalidad del trabajo humano es esencialmente creativa, es parte de su expresión espiritual, y es productiva, útil para la supervivencia y el desarrollo del potencial individual y el sostenimiento de la organización de la comunidad. En el trabajo digno la persona manifiesta su potencial de dignidad con plena luminosidad, engrandeciendo a la sociedad. Así, la justicia social es un requisito inescindible de una paz social verdadera y duradera.
Dr. Pablo José Funoll
Ciudad