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Culpar al Gobierno por la falta de ideas de la oposición, contrariamente a lo que muchos piensan, es uno de los pilares centrales en los que se sigue recostando el kirchnerismo para mantener la sólida hegemonía que ostenta hace ya una década. Su poder no solo se sustenta en el alineamiento irrestricto de sus cuadros al proyecto kirchnerista, como volvió a quedar evidenciado con la aprobación de la reforma judicial, sino fundamentalmente a las debilidades de sus adversarios, quienes aún no logran despertar entusiasmo entre los ciudadanos.
Los movimientos que empiezan a advertirse dentro del arco opositor, sobre todo en el peronismo disidente, son un síntoma positivo para ellos en medio de tanta dispersión, aunque esos acuerdos amenazan con repetir la frustrada estrategia electoral de los últimos años: críticas generales y muy pocas propuestas alternativas.
Hace años que los detractores del kirchnerismo no instalan en la agenda pública una sola bandera propia -quizás la última fue la del 82% móvil para los jubilados- regalándole así siempre la iniciativa política al kirchnerismo. Tanto es así que el éxito absoluto de los tres cacerolazos en contra del Gobierno no le permitió a ningún dirigente opositor subir su imagen positiva ni siquiera un poco. El descontento social daña al Gobierno, pero a seis meses de las elecciones todavía nadie logró capitalizar ese lógico desgaste de diez años en la gestión ejecutiva.
La Casa Rosada tiene proyectos controvertidos y pocas veces consensuados con otros sectores de la sociedad, eso es indiscutible, pero nadie puede cuestionarle su imaginación para afrontar los problemas que cree trascendentes. En Argentina se discute lo que el Gobierno quiere, cuando quiere y como quiere, pese a la guerra sin cuartel que lleva adelante con varios influyentes medios de comunicación.
Los acercamientos que se perciben en la oposición están careciendo aún de un valor agregado esencial para poder ser sustentables en el tiempo: la diferenciación. El peronismo disidente levanta los mismos principios que el radicalismo y que el Frente Amplio Progresista, pero todos ellos se dividen los apoyos entre sí. ¿A qué apuesta cada uno? Básicamente a que el carisma de su líder le dé un poco de ventaja sobre el de sus inmediatos competidores; por ahora, a nada más.
La economía
Es evidente que a la Casa Rosada le está costando más que otros años mantener alineada la economía al proyecto de crecimiento que se vino dando. Las reservas son menos, la inflación sigue por las nubes y el mercado cambiario atraviesa un período de fuerte inestabilidad. ¿Qué receta encontró para combatir eso? Todavía no está muy claro, aunque los últimos días consiguió anotarse un punto importante a su favor: ya ni la oposición pide una devaluación de la moneda.
Si bien no logró acortar la gigante brecha que hay entre el dólar oficial y el paralelo, el Gobierno logró instalar de una vez por todas que una depreciación del peso no ocurrirá en el corto plazo. Eso incomodó a varios sectores de la oposición que bregaban por una fuerte devaluación y que luego debieron volver sobre sus pasos. Cristina no le encuentra la vuelta al cepo al dólar y hasta deja trascender que eso no la preocupa, pero en la vereda de enfrenta no se escuchó una sola propuesta alternativa para abrirlo.
El blanqueo de capitales claramente no será una solución de fondo para una economía que necesita un mayor dinamismo en sus variables. Además, seguramente traerá una sensación de injusticia entre los que siempre pagaron sus impuestos ante la AFIP. Sin embargo, es indudable que tanto la construcción como el sector energético -dos de los rubros más vapuleados durante los últimos años- necesitaban algún tipo de incentivo. Se descuenta que los bonos CEDIN, en el caso de estar bien reglamentados, podrán representar algún empuje para motorizar esas áreas, aunque es indispensable un proyecto económico integral que acompañe esas medidas aisladas.