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Según el dicho popular, “el que las hace, las paga”. Me parece que ésta es la mejor frase para definir al exgeneral Jorge Rafael Videla, quien gobernó la Argentina desde el golpe de Estado del 24 de marzo de 1976 hasta 1981 y murió en una celda el pasado 17 de mayo.
Se fue, sin dudas, un asesino, el ideólogo del terrorismo de Estado en todo el territorio nacional, el responsable del plan de exterminio de miles de personas, el que impuso la represión contra estudiantes, profesionales, empresarios, en definitiva contra todos los que tenían ideas antagónicas al régimen.
Tras el deceso de Videla, es importante destacar las expresiones del premio Nobel de la paz, Adolfo Pérez Esquivel: “No me alegra la muerte de nadie; pero Videla ha pasado por la vida haciendo mucho daño y ha traicionado los valores de todo un país”. Excelente caracterización sobre alguien que durante años se arrogó la potestad de decidir acerca de la vida y la muerte de numerosos sujetos, y que, lejos de mostrar arrepentimiento, reivindicó la desaparición de personas. Pero, además, días atrás había llamado a otros militares a alzarse contra la democracia, contra las libertades individuales. Un dislate más, entre tantos otros. Ha muerto el máximo responsable del terrorismo de Estado. Es cierto que la muerte no se le desea a nadie, ni siquiera a esta clase de personas que causó daños al pueblo; sin embargo, también es cierto que en algunos sectores sociales, en familiares de desaparecidos, emergió una alegría incontenible luego de conocerse la noticia.
Lo importante es que murió en una celda, con signos de deterioro de su salud. Sufrió el desamparo, la condena por delitos de lesa humanidad. Al fin y al cabo, el que las hace, las paga.