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Suele decirse que, cuanto más alta es la proyección hacia arriba, luego suele ser más dura la caída. En Gimnasia y Tiro esperan que este no sea el caso. ¿Confianza perdida? ¿Escasa motivación?; ¿Una necesaria meseta en la que suelen caer aquellos que tocan su techo? Lo cierto es que el albo aún ostenta la chapa de ser el conjunto salteño con mayores posibilidades concretas de ascenso, pero viene mutando sin escalas de la prolífica solidez que lo llevó a ser por varias fechas consecutivas el mejor de la categoría; a convertirse por momentos en un conjunto de voluntades carentes de regularidad, con inseguridades colectivas y performances individuales que no llegan ni por asomo a ofrendar lo que alguna vez, no hace mucho tiempo, entregaron.
Claro, es imposible soslayar que el mismo Gimnasia (con algunas diferencias nominales) que sucumbió en el clásico ante el santo, también supo mostrar personalidad y convincentes rendimientos en equipo ante Juventud Unida y en las fortalezas de los candidatos Talleres y Maipú. La inexplicable trasmutación entre los derroches de fiereza y actitud ante equipos de fuste; y el desánimo y la parsimonia expuesta ante el antoniano, desconcierta. Juventud le ganó en todo en el desolado clásico sabatino: en actitud, en carácter, en fútbol y hasta contó con aquella frialdad necesaria para resolver un partido de alto nivel adrenalínico. Y jugadores que antes eran bandera y estandarte, por momentos oscilan entre la intrascendencia y la oscuridad (Esteban Burgos, Sebastián Vezzani, Leandro Zárate, entre otros). Juan Mulieri, y por momentos Rubén Villarreal, logran salvarse del incendio colectivo por regularidad.
Gimnasia cuenta con material, armas y el “plus” que tanto se reclama para pelear por ese segundo ascenso que aún no está perdido. Aunque el bajísimo nivel de juego ante el archirrival de siempre obliguen al hincha y a la opinión pública a dudar sobre sus mismas posibilidades.