Enrique Francisco “Mono” Lee es un salteño que en 1993 hizo 12 mil kilómetros para unir Miami con Salta en un Toyota adquirido en EEUU.
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Enrique Francisco “Mono” Lee es un salteño que en 1993 hizo 12 mil kilómetros para unir Miami con Salta en un Toyota adquirido en EEUU.
“Cumplí un sueño -contó Lee a El Tribuno-, que tuve de niño y que nació mirando los mapas que mi madre colgaba en las paredes de mi dormitorio”.
Y un día, el Mono Lee, conocido más por su mote que por sus nombres, concretó nomás su sueño. Por vía aérea llegó a Miami con la idea fija de volverse a Salta en un coche comprado allá. Tras esa compra andaba cuando por otro salteño, Miguel Nieva, se enteró que para salir motorizado de EE.UU., necesitaba previamente dar de baja al coche, un trámite que le llevaría un mes. Pero quiso el destino que Lee encontrara en un diario de Miami un oportunísimo aviso: “Vendo Toyota Corolla "85 listo para exportar. Tratar...”. Y como chancho a la batata fue por el coche que le costó US$ 2.000.
La partida
El 7 de agosto de 1993, Lee partió a Salta con su máquina nipona. La primera escala fue Daytona, ciudad donde a fines de los años "40 un millonario, Bill France, con una avenida y una playa hizo que años después nacieran las “500 millas de Daytona”. “Continué -cuenta Lee- hasta Jacksonville e ingresé luego a Alabama. En Missisipi crucé una autopista que corre sobre un lago hasta llegar a Luisiana. Allí conocí la hermosa Nueva Orleans; visité el Barrio Francés, el de los pintorescos balcones y la música de jazz con trompetas en cantinas y bares. Recorrí la famosa Bourbon Street, calle de restaurantes y cabaret renombrados. En Texas pasé por Houston y ya de noche llegué a Laredo, ciudad fundada a orillas del río Grande o Bravo, donde la gente habla español. Allí pasé mi última noche en EEUU.”.
Plaza Calzada
Al día siguiente Lee cruzó el río Grande e ingresó a México. Era el séptimo día de viaje y debía llamar a María Eugenia, su mujer que estaba en Salta. Viajó toda la jornada hasta Monterrey, ciudad de un millón y medio de habitantes. Como allí el tránsito era caótico por una obra, Lee pidió a un taxista que lo guiara hasta un hotel tres estrellas. Ya alojado, resolvió ir a una telefónica para hablar con su mujer. Tomó un taxi y en 15 minutos llegó a destino. Habló largo y tendido pero al subir a un taxi que lo llevaría de vuelta al hotel, cayó en cuenta que nunca se había interesado por saber su nombre y ubicación. Claro, con el trajín de la tarde había olvidado pedir ese dato clave. Como es de imaginar, se sintió muy mal, pues estaba perdido en una ciudad desconocida y tan grande como Córdoba la Docta.
¿Como volver? Tuvo suerte pues el taxista era un buen tipo. Lo llevó a un hotel cinco estrellas y allí, una atenta telefonista ubicó su alojamiento. Hizo 37 llamadas a distintos hoteles de Monterrey preguntando por un tal Enrique Lee. En la 38 la niña gritó: “¡Eureka! ¡Chamigo, su hotel es Plaza Calzada!”. El Mono dio un brinco hasta el techo ignorándose hasta el día de hoy cómo pagó semejante favor.
Mono en bicicleta
Luego del susto de Monterrey, Lee enfiló para la ciudad de México donde estuvo dos días. Después tomó para el Pacífico hasta Tevantepec donde pasó la noche alojado a orilla del mar y acompañado por una luna inmensa. Al amanecer partió a Tapachula, pueblo fronterizo con Guatemala y donde hizo noche. Temprano fue hasta las oficinas de frontera para salir de México. Estaba haciendo cola con su Toyota y faltaba media hora para que se abriera el paso cuando un comedido le dijo: “para ingresar a Guatemala debes tener visa”. A las apuradas pidió una bicicleta prestada para desandar el kilómetro que lo separaba de Tapachula para tramitar la visa en el consulado guatemalteco. Era hora de la siesta cuando el Mono llegó jadeando por el pedaleo hasta la casa-oficina del cónsul. Golpeó la puerta y al rato salió un hombre en paños menores. Molesto preguntó: “¿Qué quiere usted a esta hora?” La visa para entrar a su país, señor... “¿Y de donde es?” De Argentina dijo el Mono medio achicadito. “Oiga, ustedes no necitan visa”, le espetó el hombre dando un portazo. Lee montó en su bici y a todo lo que da regresó con lo justo para pasar a Guatemala.
Con acompañante y todo
Ya en el nuevo país, las autoridades resolvieron que el argentino debía cruzar Guatemala con un acompañante para que en el camino no se le ocurra “vender el carro”. Y así fue, el Mono cruzó Guatemala con Marvin Robles al lado, un hombre “educado y atento”.
Y fue para bien, porque por una tormenta tropical, el Toyota derrapó en una curva y a la banquina fue a parar. Salió del aprieto gracias a una Patrulla Judicial que cuida los automovilistas de los salteadores.
Tierra de los “ocotes”
Así y con acompañante, maltrecho llegó a Mazatenango, pintoresca ciudad con mujeres vestidas de ropas llamativas. En la capital (Guatemala) arreglaron el Toyota y luego siguieron viaje hasta la frontera con Honduras. Allí terminó la buena compañía de don Marvin Robles.
Enrique Lee ingresó a Honduras y llegó al pueblito de Ocotepeque. Hizo noche y al otro día temprano partió a Tegucigalpa.
En la ruta accedió llevar a un agricultor, don Raúl Gómez, hasta la capital. Ya en el camino el hombre le contó que el nombre del pueblo era porque había muchos ocotes. ¿Y que es eso? preguntó el Mono. “Son las honduras, las subidas y bajadas, señor”, le respondió. “Ahhh -dijo el Mono-, para nosotros es otra cosa...”.
Y así, Gómez supo que nuestro ocote no es el mismo que el de ellos. El hombre se apeó en Tegucigalpa y Lee continuó solo hasta la frontera con Nicaragua donde quedó parado. Esa tarde, dos diputados y 70 ciudadanos más habían sido secuestradas por el grupo armado “los recontras”. Y hasta aquí llegamos. En una segunda nota visitaremos Nicaragua, Costa Rica, Panamá, escalas intermedias, y Salta.