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Corajeada de Arenales que casi le cuesta la vida

Domingo, 28 de julio de 2013 12:24
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El 25 de mayo de 1814, cuatro años después de la Revolución, patriotas y realistas se enfrentaron en el Alto Perú, en la población denominada La Florida. Al frente de las fuerzas patriotas estaba el general Juan Antonio Alvarez de Arenales y, de las realistas, el coronel Joaquín Blanco. Luego de unas horas de duro combate, Arenales logra imponer su superioridad sobre los realistas quienes, maltrechos, huyen perseguidos por la caballería que no les da tregua.

Como los patriotas querían apoderarse de la artillería enemiga, alrededor de los cañones se produjo una refriega, mientras Arenales salió tras un grupo de once realistas.

La “corajeada”

El general Arenales en persona resolvió perseguir al resto de la caballería realista pues consideraba que era necesario aniquilar al enemigo para poder reconquistar Santa Cruz de la Sierra.

Poseído aún por el ardor de la batalla, Arenales tomó la delantera acompañado solo por su ayudante, el teniente Apolinario Echavarría. Galopan enfurecidos ambos tras los enemigo alejándose más y más de su fuerza escolta.

Echando chispas pasan por el caserío de Piray y toman el camino que se interna en un bosque mientras sus camaradas se retrasan cada vez más. Galopan y galopan sin caer en cuenta de que, de a poco, se van quedando más solos en el camino. Velozmente se internan en una ruta solitaria donde el único ruido es el de los cascos de sus caballos. Llevados por el entusiasmo de la persecución se aventuran por los meandros del bosque, haciendo más de dos leguas. Temerarios e intrépidos, continúan ajenos a la emboscada que los realistas les preparan en la espesura del monte donde, ocultos, permanecen silenciosos y al acecho.

De pronto, en medio del furioso galopar, una descarga proveniente de la espesura del bosque sorprende a Arenales y Echavarría. Detienen sus cabalgaduras y cuatro o cinco soldados enemigos se les abalanzan armados con sables y lanzas. Los patriotas los en frentan sable en mano y al punto comienza una desigual pelea donde se pone a prueba el temple guerrero de los dos patriotas.

El combate más heroico

Comienza así uno de los combates más emocionantes y heroicos que registra la guerra de la Independencia. Arenales y Echavarría se plantan en medio de la soledad y se juegan la vida y el honor. En eso, en ágil arremetida, sale del monte el resto de los realistas que de inmediato acosan y encierran a los patriotas en un cerco de sables y lanzas, del que parece imposible salir airoso. En el centro del círculo mortal, Arenales y Echavarría esgrimen sus aceros. Lanceros y espadachines acometen contra sus equinos mientras los montados blanden sus espadas que una y otra vez chocan chispeantes y sonoras, parando y devolviendo, golpe a golpe. Los patriotas pelean firmes: se detienen y arremeten, una y otra vez, sin descanso, hasta que sus caballos caen por los lanzazos recibidos, dejándolos de a pie en el centro del círculo enemigo.

De pronto, Arenales deja caer la espada que ahora pende de su dragona enlazada a la muñeca y, con ambas manos, desenfunda sus pistolas. Apunta, dispara y dos de los más audaces caen cadáveres. Por un instante la desigual lid se paraliza, pero a poco los realistas vuelven enardecidos a la carga dando a diestra y siniestra andanadas de sablazos y lanzazos. El duelo se hace más intenso y la sangre comienza a teñir la tierra del camino: dos realistas yacen en el suelo. De pronto, Echavarría da un salto y se interpone entre la boca de un fusil y el cuerpo de Arenales. La bala sale, destroza su pecho y lo mata, pero salva el pellejo del héroe de La Florida.

Ahora Arenales está solo, cubierto de heridas, con el uniforme hecho trizas y tinto en sangre. Busca un árbol y se afirma contra su tronco y, agazapado como un león herido, embravecido y asesando, sigue desafiando sable en mano. Dispuesto a morir matando, blande peligrosamente su acero sin dar ni pedir tregua a sus enemigos que lo acosan y acorralan de un lado y del otro. Cuatro de ellos yacen sin vida en medio del camino, otros han huido, pero los más tercos y tenaces siguen golpeando sin piedad al corajudo militar de Castilla. De pronto, un golpe de atrás, un culatazo en la nuca, lo derrumba. Cae carne, como cadáver, bañado en sangre. “Está muerto dice un realista...”, y temerosos de caer prisioneros se alejan precipitadamente del lugar. Cuando por fin llegan los soldados patriotas, entre los despojos de la pelea reconocen a Arenales. Está efectivamente como muerto, tiene 14 heridas profundas, pero alguien descubre que aún respira débilmente. De la Riva envía a Fray Justo Zarmiento, el médico militar para que lo vea. El fraile lo limpia, le hace las primeras curaciones y le suministra la extremaunción. Luego dice: “Difícilmente sobreviva hasta el amanecer...”.

Pero Arenales sobrevive, se repone y un mes después, lo primero que hace al dejar el lecho es escribir el parte de batalla de La Florida y elevarlo a las autoridades de Buenos Aires.

En Buenos Aires

Cuando el Director de las Provincias Unidas, don Gervasio Posadas, recibe la noticia de la victoria lograda en el Alto Perú, dicta un decreto elogiando con elevados conceptos hacia Arenales y sus oficiales Ignacio Warnes, Manuel Mercado, Diego de la Riva y Juan Belzú.

A ellos les otorga el grado superior y, para los sargentos, cabos y soldados, un escudo de paño con los colores patrios y la siguiente inscripción: “La Patria a los vencedores de La Florida”.

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