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Los ojos de Balbina Ramos se abrieron hace 51 años en una comunidad tan pequeña y alejada de los grandes centros urbanos como rica en antiguas y valiosas expresiones culturales. Creció en una familia de costumbres rurales, enraizada en las profundidades de sus ancestros y celosa custodia de ese legado inmemorial. Gente de mucho y sacrificado trabajo y de pocas palabras, parte de la comunidad de Bacoya, un paraje de Santa Victoria Oeste, en el extremo noroeste de la provincia de Salta. Hombres y mujeres que aprendieron a poner afuera sus sentimientos a través de un cantar singular que los identifica: la copla. Aquella niña que escuchó de boca de sus padres el decir que a su vez escucharon de sus abuelos, es una de las más reconocidas cultoras de este arte que se actualiza con los tiempos, siempre aferrada a los orígenes.
En Salta se recordó a los copleros la semana pasada. Inmejorable oportunidad para homenajearlos con una entrevista a Balbina, esta salteña que un día se enamoró de un marplatense y con él se quedó a vivir al lado del mar. Tiene cuatro hijos: Nelson (31), Lorena (29), Gabriel (15) y León (14). Su mamá, de 94 años, vive en Abra Pampa (Jujuy).
¿Qué es la copla para usted?
Es, principalmente, una expresión cultural de los pueblos del norte, donde se llama simplemente copla. También se le dice baguala porque viene de bagual, de caballo. Recuerdo que a la siesta mi papá salía a domar algún chúcaro y una vez que lo tenía domado, volvía a la casa y hacía el saludo a la concurrencia reunida con una copla. La copla es el verso, la cuarteta, que llegó de España. El sonido, el grito, el lamento, lo pusieron nuestros originarios que encontraron esa forma para expresarse.
Recuerda alguna estrofa de las que cantaba su papá?
Sí: “Aritos tiene la caja, aritos tiene el cedazo, mi caballo bien herrado capaz de hacerme pedazos”. Otras recuerdo: “Este año me voy pa’bajo, pa’l ingenio San Martín, a trabajar día y noche desde el principio hasta el fin”; “Hay mis hijos, hay mis guaguas, donde nomás se hallarán, siquiera con un suspiro de mí se acordarán”. Eran tiempos en que los chicos se iban de las casas y casi nunca volvían y los padres no tenían posibilidades de ir a verlos.
¿Hay un solo tipo de copla?.
Antes se cantaba solo con la caja chayera como se la conoce en Salta, Jujuy y La Rioja; en Catamarca y Santiago del Estero es la caja vidalera; hacia el sur de la ciudad de Salta, por los Valles Calchaquíes se le dice la caja bagualera; ahí no se dice “voy a cantar coplas”, dicen “voy a cantar bagualas”.
La copla era el vehículo de los sentimientos, porque se hablaba muy poco, no?
Todo con la copla, nada con el habla común. Hasta las infidelidades se decían en las coplas, ya en tiempos de mi abuela. Porque hay coplas viejísimas que se van transmitiendo, porque yo he visto que no hay coplas nuevas. Las únicas nuevas son de Raúl Rojas, de 1986 y algunos años más, después todo lo que se escucha es antiquísimo.
¿Cómo eran esas coplas de la abuela sobre el amor?
Eran picarescas, pero también había feministas. Por ejemplo: “Un solo marido tengo, dositos quiero tener, uno pa’ de vez en cuando y otro pa’ permanecer”. Otra: “Casada, soltera soy, tengo ganas de joder, en ausencia de mi dueño, soy dueña de proceder”. A esta copla la cantaba mi mamá cuando yo era chiquita. Para los carnavales ella me llevaba en la espalda y cantaba eso, pero a su vez ya lo había escuchado de su mamá, así que mirá si son viejas...!
Por qué cree que no hay coplas nuevas?
Eso quisiera saber. Con las coplas los pueblos dicen las verdades, quizás por eso acá se dejaron de escribir y de repetir... porque por supuesto que las había con contenido político.
De cualquier modo, hay algunas del momento. Y tengo una que dice: “Los mocitos de estos años son mocitos de pc, cocinan en microondas, se besan por internet”.
¿Cree que la tecnología terminará con la copla?
No creo que se termine la copla. Tal vez cambien los contenidos y reflejará los modos y costumbres de estos tiempos. Se modernizará de acuerdo a las nuevas tecnologías, pero nunca se va a perder. Mirá Nazareno, el pueblo más cercano al mío, Bacoya, tiene internet y de allí tengo un montón de chicos que están conectados a través de Facebook. Eso es grandioso. Irán cantando de acuerdo a sus nuevas vivencias.
¿Hasta qué edad estuvo en Bacoya?
Hasta los 17 años. Luego me fui a Salta porque mi papá me mandó para que estudiara, trabajara y viviera mejor. Una equivocación grande de nuestros padres; yo nunca estuve en la ciudad mejor que en mi pueblo. No hay nada mejor que la tierra donde uno nació. No hay nada mejor para un ser humano que vivir con su cultura, sus tradiciones, y no digo encerrarse, siempre hay que estar abierto a lo nuevo.
Pero usted eligió Mar del Plata.
La elegí porque me enamoré de la ciudad y de mi marido. Yo tomo clases de guitarra en la costa, en un edificio grande, a las 7 de la tarde. Una de las ventanas da al mar, y ahí no reflejan las luces, es todo una cosa negra, una tiniebla. A mí eso me hace acordar a Bacoya cuando yo me iba a un lugar arriba de la montaña y cuando el sol se iba también quedaba una tiniebla. Muchos se ríen de lo que digo, pero yo creo que la montaña y el mar tienen mucho de parecido en su inmensidad.
¿Y vuelve a Bacoya?
Hace mucho que no voy. La última vez, hace unos 4 años, fui con una carga de libros para una biblioteca. Pero debo volver porque tengo 500 libros para donar a la escuela.
¿Canta en Mar del Plata?
Hago algunas presentaciones en algún teatro. Y ahora el 14 de septiembre voy a cantar en Tecnópolis. A Salta voy siempre, la última vez fue en junio.
Yo me fui de Bacoya y de Salta, pero sigo con mis tradiciones, con las creencias que me dejaron mis abuelos y mis padres. Veo que hay un gran respeto a la Madre Tierra, y creo que hace falta una reivindicación por todo lo que nos da. El sábado hice la ceremonia para homenajearla en mi casa de Mar del Plata, donde fueron amigos y vecinos que siempre nos acompañan en este ritual. La naturaleza es sabia y nada puede contra ella; merece nuestro respeto y es fundamental que en ese camino orientemos a los niños.