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Al volver de pasear con sus amigas, lo primero que hizo Doralba al entrar en su casa fue buscar a doña Eduviges. Mamá, llamó, ¿adónde estás?
-¿Y dónde, si no? ¡En la cocina!, trabajando como una burra mientras las distinguidas de mis hijas se dan la gran vida floreándose por ahí, contestó la señora, aprovechando la oportunidad para hacerse la víctima, omitiendo que ella sólo miraba porque sus dos empleadas, Clorinda y Lola, hacían toda la tarea.
-¿Sabés que tenemos nuevos vecinos, mamá? Es un matrimonio con dos nenas. La señora, la mar de simpática, ¡vos vieras!, en cuanto vio que estábamos curioseando la mudanza se nos acercó y se presentó:- Yo soy Adelaida de Rosas, y esos dos pimpollos son mis hijas, Narda y Grisel, mellizas. En cuantito nos instalemos quiero que vengan a tomar el té con nosotras. Nos preguntó quiénes éramos y dónde vivíamos. ¡Un encanto la nueva vecina!
-Ajá, dijo doña Eduviges. ¿Y dónde alquila?
-Alquila uno de los chalets de la Dean Funes, justo frente a los Grifassi.
-Ajá, volvió a decir doña Eduviges.
A pocos días de su llegada, doña Adelaida se había vuelto popular en el barrio. Todas las comadres estaban chochas con ella que las entretenía y deleitaba con su conversación, con su desbordante simpatía. Tenía para cada una, un comentario halagador y sonrisas al por mayor.
Cada entrada de ella en la carnicería de don José era recibida con placer. Y hasta el mismo carnicero, famoso por su facilidad de charla amena, parecía opacarse cuando doña Adelaida ejercía su bla bla. Él también parecía fascinado por el torrente de palabras que salía de la boca de doña Adelaida.
No tardó doña Eduviges Elizabide en enterarse del éxito de la nueva vecina. La Clorinda, su empleada, la puso al tanto con todos los detalles. Y usted sabe, señora, todas la escuchan como hipnotizadas, y después de la carnicería se quedan charlando con ella en la vereda, completó.
-¡Sonamos!, dijo el vate Acuña que había ido a buscarla a Doralba, tenemos otra demagoga en la vecindad-
-¿Y quién sería la otra?, le inquirió con tono beligerante doña Eduviges. Nadie; yo decía, no más, se atajó el vate e hizo mutis por el foro.
Doña Eduviges tenía por qué preocuparse. La aparición de doña Adelaida podría afectar su liderazgo frente a las comadres, disminuir su influencia. Y eso no lo podía ni debía permitir. Y encima el vate, "el atorrante" novio de su hija, que amagó con pretender comparar a "esa advenediza" con ella. ¡Faltaba más! ¡Ya lo pondría en vereda! Tendría que consultar el caso con doña Florencia Velarde.
-Mañana será otro día, se dijo para tranquilizarse y se fue observar cómo sus dos mochas preparaban la cena.