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Intentaré, central y brevemente, como me lo inculcaron los Padres Jesuitas en el Colegio de la Inmaculada Concepción de Santa Fe, interrogarme acerca de la efectiva, o no, influencia social derivada del compromiso asumido por todos en el pacto de fidelidad renovado anualmente con el Señor del Milagro, para vislumbrar así uno de fondo o de mero rito. El pacto renovado con nuestro Salvador, supone la libre aceptación de ser partícipes activos de un cambio estructural- primero personal- y a partir de allí, comunitario, incluyendo, por cierto, lo institucional. Entonces, ¿finalizada la procesión, regresamos a nuestros hogares con la firme convicción -aunque por humanos a veces flaquiemos- de aplicarlo día a día en los lugares donde desarrollamos nuestra vida, sin perjuicio de las consecuencias que ello acarrea? ¿o solo nos limitamos a guardar -como recuerdo- los pañuelos agitados para despedirlos hasta el próximo año? Si somos coherentes cuando afirmamos ser suyos y El nuestro, podremos apreciar una comunidad asentada sobre el único inconmovible pilar, donde la primacía de la vida sobre la muerte (en todos sus aspectos) aparezca nítida.