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"Será jabón pero tiene gusto a queso"

Domingo, 16 de febrero de 2014 04:14
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El Gobierno nacional no abandona el discurso fundacional que caracteriza su liderazgo, pero a pesar de su voluntad de poder, la realidad es más fuerte. Esta semana hubo un reconocimiento dramático y explícito de la inflación, que fue el tema dominante de cada intervención de Jorge Capitanich, de Axel Kicillof y, sobre todo, de Cristina Fernández de Kirchner, quien en su reaparición fustigó a las empresas, a los medios, a la oposición y denunció un plan de desestabilización que puso en boca de un economista radical.

La historia argentina ofrece un catálogo enorme de experiencias en esta materia, y es sabido que cuando se gasta más de lo que se tiene, hay problemas. Desde el momento en que se decidió financiar el déficit con emisión, el resultado estaba cantado.

El discurso oficial, que por primera vez el viernes incluyó la palabra “inflación” -ya no reacomodamiento de precios- al establecer una dialéctica de derecha e izquierda, de progresistas y neoliberales o capitalistas y pobres, esboza una justificación de lo que los opositores señalan como errores, mientras al mismo tiempo los va corrigiendo.

Como decía aquel viejo chiste de gallegos que contaba mi abuelo nacido en Vigo: “Será jabón, pero tiene gusto a queso”.

No es capricho. Cuando se habla de gasto público y subsidios todo es ambiguo. Si gastar más de lo que hay es dispendio, no gastar en necesidades básicas es irresponsabilidad social.

El Gobierno justifica el gasto por los subsidios a los pobres y convierte al “ajuste” en tema tabú, como si la inflación no fuera un ajuste que castiga a los más débiles.

La palabra “subsidio” tiene un amplio significado. A nadie se le ocurriría hoy quitar la asistencia a la pobreza, el Gobierno sostiene lo contrario, aunque sin precisiones, pero hay subsidios que son muy discutibles. La luz y el gas son un derecho, pero alguien tiene que pagar el servicio. La indiscriminación de ese régimen hace que sea el Estado el que se hace cargo, incluso para los sectores de la sociedad que pueden afrontar el pago de la factura.

Es contradictorio construir una práctica económica basada en el consumo subsidiado, porque se lo sostiene con los impuesto, que pagan todos. Lo más inexplicable sigue siendo el contraste entre el precio de la garrafa, que consumen los hogares más pobres, con el del gas natural, casi ocho veces más barato.

Desde el poder, un poder ejercido con fortaleza como es nuestro caso, suenan poco creíbles las alocuciones conspirativas. Si el gobierno optó por importar el gas a precio de oro, creando una nueva dependencia con los países productores, más allá de las razones que se hayan esgrimido, se sabía que tarde o temprano iban a producirse problemas de energía.

Es la ley de la historia.

Finalmente, luego de siete años de intervención al Indec, el viernes se anunció una inflación que coincide, aproximadamente, con las estimaciones de los privados. Y se usó la palabra tabú. El problema es que no basta con cambiar el método, sino que debieron renovar a los funcionarios que hacen la estadística. La intervención al Indec fue parte de una estrategia destinada a desconocer la inflación para pagar menos por los títulos indexados. A cambio de eso, se desacreditaron los títulos nacionales, se cerraron las puertas del crédito internacional y se clausuró la posibilidad de abordar, por falta de datos ciertos, los problemas centrales de pobreza y exclusión, que no son culpa de este gobierno, pero que no se pueden ignorar.

Además de un principio de sinceramiento sobre el problema inflacionario, Kicillof admitió que van a revisar los subsidios.

“Será jabón, pero tiene gusto a queso”.

Un gobierno con la voluntad de poder que exhibe el kirchnerismo, capaz de poner en marcha transformaciones impostergables sin bajar sus banderas ni admitir la autocrítica, está en las mejores condiciones para resolver el problema actual que se proyecta en cada hecho y cada decisión: la sucesión.

Veinte meses es un pestañeo.

El 10 de diciembre de 2015 habrá otro presidente. Los candidatos en carrera son varios, pero por ahora el debate sobre los problemas de coyuntura sigue teniendo como protagonistas al Gobierno, los técnicos y los medios.

Hay un dato: por primera vez en muchos años el ministro de Economía vuelve a tener tanta exposición, porque la economía está dando barquinazos.

La campaña de Bill Clinton hizo famosa una frase emblemática que, dicen, les permitió derrotar a George Bush padre: “Es la economía, estúpido”.

Hoy por hoy, observando el contexto y a pesar de los problemas económicos, se podría afirmar que “es la política, estúpido”.

Sin partidos, la sucesión se resolverá entre nombres propios. Construir política es mucho más que participar en programas de televisión y que popularizar frases ocurrentes. La fortaleza y la debilidad del kirchnerismo se explican al mismo tiempo en la capacidad de hacer política desde el Estado, pero sin contar con un partido.

Esa misma atadura es la que espera al próximo presidente.

 

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