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Sólo uno de los testimonios aportados ayer por los vecinos citados fue contundente. “Cuando llegué en la madrugada del domingo, los perros habían destrozado las bolsas de basura de los vecinos (por los imputados) y todo estaba desparramado”, dijo Valeria Noemí Arias al tribunal.
A preguntas del querellante, del fiscal y de las demás partes, la mujer aseveró que ella no levantó los residuos y que fueron los propios vecinos los que lo hicieron cuidadosamente, hecho que le llamó la atención.
El tema sería sobradamente liviano si no se conociera que por ejemplo que la supuesta arma asesina fue hallada posteriormente en el basural municipal.
El testimonio de la mujer dejó al desnudo que en los residuos sacados a la calle posiblemente hubo restos de sangre que es lo que atrajo a los perros a desarmar las bolsas, e incluso la zapatilla que le faltaba al ajuar de la pequeña Claudia Judith.
Otros testigos, todos vecinos, dijeron que en el domicilio propiedad del imputado Rubén Sixto Soria abundaba la música a todo volumen y el alcohol, por supuesto.
Entre estos testigos declaró ayer el productor agropecuario Abel Soto, quien manifestó que tuvo diferencias de convivencia con los imputados sólo por su comportamiento.
“Yo me levanté siempre a las cinco de la mañana para ir al lote a trabajar mientras esta gente no dejaban dormir a todo volumen”. Aclaró que fue testigos de las distintas requisas que se hicieron en el domicilio y que le llamó la atención las improntas de sangre en el patio de la casa. Al ser preguntado acerca de si tiene interés en la causa, sólo expresó “que se haga justicia por el honor de esta nenita”.
También pasó por los estrados de la sala de juicio Mario Humberto Cejas, sindicado como sospechoso en las primeras horas de la investigación.
Cejas dijo sin ambages que no tuvo nada que ver, que fue visitado en tres oportunidades por la policía y que nunca ofreció resistencia a los procedimientos.
En uno de esos procedimientos de los que habló dijo que la policía lo retuvo en las afueras de su domicilio mientras otro grupo se dedicó a requisar su casa, sin orden judicial aparentemente.
Cuando reclamó por el abuso recibió como respuesta, y lo contó con ironía: “¿tenés algo que ocultar?
Ramón Alberto Leiva (67); Rubén Sixto Soria (87) y José Ramón Insaurralde (47), los acusados, están siendo juzgados por la violación y muerte de la niña Claudia Judith Palma (9), hecho acaecido el 18 de mayo del 2013 en la localidad de Joaquín V. González.
“La seguridad está garantizada”
Los abogados de la defensa Marcos Molina y Luis César Fernández intentaron en vano persuadir al tribunal para que los imputados no se encuentren con su pasado próximo, cuando vuelvan a pisar las coloradas tierras de Anta.
“La seguridad está garantizada por la policía”, le contestó el juez Héctor Guillermo Alavila a los defensores. Con esta aseveración quedó en firme la voluntad de los jueces en esclarecer el horroroso crimen de la pequeña Judith Palma.
En las primera horas de hoy el tribunal en pleno y las partes del juicio se darán cita en avenida Belgrano 160, en la nueva sede o sala del Poder Judicial de Salta. Allí comenzará formalmente otra jornada del juicio, para a posteriori dirigir a la comitiva hacia los distintos lugares pautados oportunamente para esclarecer los pormenores del homicidio y brindar el servicio de Justicia a quienes en multitud lo clamaron hace un año justamente, cuando la indignación y la violencia se apoderaron de los habitantes. En aquella ocasión fueron los propios padres de la malograda nena quienes ayudaron a bajar los decibeles del conflicto y trasladaron su esperanza de justicia a los poderes del Estado y a la humanidad cristiana. El párroco de la iglesia central del pueblo aseguró en aquella ocasión que jamás había brindado asistencia pastoral a tantas personas, ni siquiera en la más exitosa fiesta patronal.
Habrá mucho público, quizá
Cuando J.V.González ardía de indignación, las calles se atestaron de miles de protestantes.
Las marchas de silencio y el rezo de la novena fueron aplacando la iradía a día.
La investigación, la detención de los supuestos responsables, los ADN y las garantías de un justo proceso apaciguaron, entonces, a la sociedad gonzaleña.
Las esperanzas de justicia hoy están cifradas en la voluntad del tribunal. Seguramente, las diligencias dispuestas en distintos lugares, todos relacionados con el crimen, serán seguidas de cerca por los vecinos anteños. El tribunal merece un comportamiento ejemplar.