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La ilusión crece como la espuma en cada uno de los 40 millones de argentinos mientras el Mundial avanza. Sin embargo, aún tenemos temor de ilusionarnos, de liberar la libido de la euforia y de subirnos a la carroza del triunfalismo anticipado, para evitar volver a quemarnos “con leche”, como sistemáticamente nos viene sucediendo cada cuatro años. Sin embargo, a la luz de los cruces de octavos de final que se disputaron hasta el momento y a los rendimientos de las grandes potencias y candidatos, se desnuda otra realidad del Mundial: ya no hay cucos ni rivales invencibles. La sedienta Holanda, aquel monstruos de dos cabezas que comenzó atemorizando y destronando a la monarquía española y le dio una cachetada táctica a Chile, dejó en evidencia que el calor, el entorno “latinoamericano” y un rival bravío y ordenado, como México, pueden amenazar su plan. Lo mismo sucedió con las “poderosas” Alemania y Francia frente a las modestas Argelia y Nigeria, que no dieron el batacazo por poco y por culpa de sus alarmantes ingenuidades defensivas. Lo mismo le ocurrió al dueño de casa, que estuvo a centímetros (los mismo que le faltaron al remate del chileno Mauricio Pinilla para terminar en la red) de enmudecer a 200 millones de habitantes con un golpe que hubiese eclipsado al legendario Maracaná zo.