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El partido de esta tarde entre las dos mejores selecciones del campeonato mundial, en el estadio Maracaná, nos conmueve y enfervoriza a todos los argentinos. El fútbol es más que un juego; es un deporte de alta competencia en donde los grandes logros son el resultado de la organización, el compromiso, la mirada adecuada a las exigencias de los tiempos y la actitud de servicio de parte de los jugadores.
Como, además de deporte, el fútbol es pasión, cuesta por momentos tener presente que el desempeño de un seleccionado no debe medirse por nuestras ilusiones, en las que el deseo idealiza a los jugadores y al equipo; tampoco puede evaluarse a través de la comparación con las epopeyas del pasado, sobre las cuales el tiempo suele pasar una mano generosa que ayuda a olvidar sustos y críticas de otros tiempos.
La selección que dirige Alejandro Sabella nos ha brindado algunos ejemplos de cómo tener éxito a partir de una correcta evaluación de la realidad y de un ejercicio oportuno de autocrítica.
Casi todos los argentinos imaginábamos una delantera vertiginosa y punzante, integrada por el mejor jugador de la actualidad, Lionel Messi, y los otros tres “fantásticos”; temíamos, al mismo tiempo, por las flaquezas de la defensa y la inseguridad del arquero. La realidad nos mostró otra cosa. Sin deslumbrar, el equipo llegó a la final con cinco victorias y un empate que se transformó en victoria por penales.
El exitismo suele ser injusto. Messi, por ejemplo, defraudó a algunos, o a muchos, pero quien observe con atención el desarrollo de los encuentros verá que el futbolista arrastra constantemente a dos o tres rivales. Fiel a las viejas tradiciones argentinas, no falta quien se pregunta “¿a quién le ganamos?”. Es simple: a todos los que se nos cruzaron. De paso, y no por una curiosidad deportiva sino para analizar nuestro proverbial derrotismo, sería muy recomendable analizar si los adversarios que debió superar Alemania fueron sustancialmente superiores a los que venció nuestro equipo.
El fútbol es una actividad colectiva y los éxitos de un equipo son el fruto de estrategias similares a las que desarrollan las empresas prósperas, las organizaciones sociales y los gobiernos constructivos. Por eso es mucho más que un entretenimiento o una pasión, y se convierte en un modelo de funcionamiento en grupo.
Luego del partido semifinal, contra Holanda, el público se expresa fascinado por el desempeño de Javier Mascherano. Es bueno tener presente que este es el tercer mundial del que participa y que, desde joven, mostró siempre el mismo temple, la misma calidad e idéntica entrega. Es un líder nato, positivo y humilde, condición que lo convierte en una pieza clave.
Argentina puede ganar o perder, pero cualquiera fuere el resultado, es importante tener presente que el mero hecho de haber llegado a este punto es un logro valioso, que se alcanzó por el esfuerzo y la disciplina del grupo, y por los aciertos del entrenador.
En el deporte, pero también en la vida política, los argentinos nos hemos caracterizado por muchas conductas que son improcedentes, y por eso, en lugar de progresar, retrocedemos. Entre esos defectos, se destacan la improvisación y el deslumbramiento por figuras salvadoras. La definición de metas a mediano y largo plazo y del camino a recorrer para alcanzarlas es un rasgo distintivo de los países exitosos. En el nuestro, las dirigencias suelen priorizar las soluciones de coyuntura, la necesidad de quedar bien con determinados grupos y, lamentablemente con mucha frecuencia, los intereses pecuniarios de quien debe tomar una decisión. Frente a los fracasos, por lo común, solemos buscar culpables en cualquier lado e imaginar intrigas y complots en vez de analizar minuciosamente para saber qué hicimos mal, que es el principio de la autocrítica.
La selección de fútbol tiene la virtud de unirnos en la pasión, la expectativa y la celebración. Sus colores nos recuerdan que todos somos argentinos y que podemos soñar juntos.
Un triunfo importante de nuestros jugadores se producirá si, al evaluar lo que hicieron hasta hoy, somos capaces de descubrir la virtud de valorar con realismo nuestras potencialidades, incluso como país, planificar el futuro y llevar adelante el esfuerzo colectivo.