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22 de Julio,  Salta, Centro, Argentina
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La turba, un recurso natural poco explotado

Lunes, 21 de julio de 2014 01:30
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Quién haya visitado un vivero probablemente se haya cruzado con ese material terroso de origen vegetal que se utiliza de muchas maneras para el crecimiento, sostén o transporte de distintos tipos de plantas. En el imaginario colectivo todavía tenemos presente y recordaremos siempre a nuestros soldados en Malvinas cavando sus trincheras en las heladas turberas de la isla. Tierra del Fuego es el mayor depósito de turbas y de turberas de nuestro país.
Sus turbas llamaron la atención de Carles Darwin durante su viaje en el Beagle alrededor del mundo y lo dejó expresamente asentado en sus memorias. Numerosos exploradores polares mencionan a las turberas fueguinas en sus relatos de viaje. Quién se ocupó en profundidad sobre el tema fue el geólogo italiano Guido de Bonarelli que publicó un estudio en 1917, luego de finalizar sus importantes investigaciones petroleras en el norte argentino.
La turba es un depósito de materia vegetal formado por la acumulación de restos de plantas en un ambiente húmedo, pobre o ausente en oxígeno del aire. La materia orgánica, en condiciones anaeróbicas, comienza un proceso lento de carbonización y de acuerdo con las condiciones de enterramiento puede dar paso sucesivo a los lignitos, la hulla y finalmente la antracita (carbón de piedra). Los ambientes fríos y pantanosos son los que mejor se prestan para la generación de las turberas. Generalmente el proceso comienza desde las orillas del pantano y se va cerrando hacia el centro hasta convertirlo en un turbal. Son famosas las capas de turbas (peat) de Escocia e Irlanda. Allí se las explota cortándolas en panes a los que se los deja secar y luego se los utiliza para hacer fuego y alimentar la calefacción de viviendas. El problema reside en el olor fuerte y acre que despiden las turbas quemadas. Pero el calor mata al frío y en poblaciones alejadas y campesinas ese combustible se convierte en una bendición. Como el recio olor de la tola quemada en la Puna que a la vez que calefacciona, también impregna y ahúma la ropa y la comida de los pastores altoandinos.
En el norte argentino y también en Bolivia se encuentran depósitos de turbas generalmente por encima de los 3500 metros. Están relacionados con ambientes fríos de vegas y bofedales formados en los últimos quince mil años. Las turberas están relacionados con las últimas glaciaciones del Pleistoceno y con los ambientes que se mantuvieron fríos y húmedos durante el Holoceno. Algunas están activas y se pueden ver debajo de vegas que han sido cortadas por la erosión de ríos retrocedentes. Un ejemplo concreto está en la Cuesta de Lipán cuando se circula desde Purmamarca hacia Salinas Grandes en la Puna. Otras son turberas fósiles y pueden estar sepultadas por distintos materiales.
La gente del campo las identifica como capas de carbón en base a su color negro, marrón o negro sucio. Por su juventud todavía se reconoce la estructura vegetal de las plantas pantanosas que les dieron origen. Si se las quema generan entre 3500 y 5000 calorías por kilo de material.
En Salta se han identificado algunas turberas en la zona del cerro Acay. Es importante aquí rescatar una cita histórica. Manuel Solá, en su memoria geográfica de 1889 sobre Salta, se refiere a capas de materia vegetal y comenta: "En los partidos del Zanjón y de la Isla, ambos del Departamento de Cerrillos, se encuentra en una profundidad variable y en los barrancos del río Arias, a veces casi a flor de tierra, una capa de lignito cuyo grosor varía entre 40 y 80 centímetros".
"El material se presenta generalmente esquistoso, rara vez compacto, y algunas veces viene formando un polvo semejante a la tierra de sombra. Podría explotarse como combustible, tal vez con ventaja sobre la leña de los bosques inmediatos, si no fuera por la falta de hábito de quemar en las casas otro combustible que la leña, aún para el planchado y demás trabajos domésticos que requieren combustibles de poca llama".
Sin embargo los mejores depósitos de turba se encuentran en Jujuy, especialmente en los alrededores de Yavi, Abra Pampa e Iturbe. Los estudios sobre carbones, asfaltitas y turbas del Noroeste Argentino fueron realizados por uno de los primeros geólogos salteños, Pablo G. Gareca, doctorado en la Universidad Nacional de La Plata en 1948, y se recopilaron en la obra sobre el tema del Dr. Angel Borrello, publicada en Buenos Aires en 1956. Allí se describe el yacimiento de Milluyoc como el más importante del norte argentino. Este depósito de turba se encuentra ubicado a 15 km al noreste de la estación ferroviaria Iturbe en el viejo ramal a La Quiaca, a una altura de 4050 m sobre el nivel del mar. Se trata de una vieja turbera que tiene una longitud de 3500 m, un ancho de unos 500 m y que alcanza un espesor de 15 m en los afloramientos más potentes. Se calcula el depósito en medio millón de toneladas de turba seca, con un poder calorífico entre 3900 y 4200 calorías. Según el padrón de minas de Jujuy este yacimiento fue solicitado por Alfonso Domingo, quién a pesar de muchos esfuerzos no ha podido llegar a explotarlo.
De acuerdo con su calidad las turbas pueden utilizarse para calefacción, obtención de gas, coque, sulfato de amonio, ocres de tintorería, papel, madera artificial, materiales de construcción, enmienda, corrector y fertilizante en suelos agrícolas, camas de animales, cría de lombrices, cultivo de hongos comestibles, maceteros, semillas y almácigos, empaquetado de flores y plantas, mantenimiento de campos deportes, absorbente de aceites y absorbente estéril en productos de higiene femeninos, briquetas, entre muchos otros.
El noroeste argentino se abastece con la turba que viene del sur del país cuando tiene a mano el recurso en su propia geografía. Por su naturaleza estos depósitos podrían explotarse en el marco de la minería social o artesanal.


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