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El antifútbol es toda aquella acción que deja un segundo plano al fútbol. Es un estilo tan válido como lícito, pero no cautivante ni llamativo, donde prima más la idea de destriuir que de construir. De usar y abusar de situaciones límites como lo es cortar permanentemente una jugada con “infracciones tácticas” para acomodar el equipo.
Y en el encuentro entre Brasil y Colombia, lamentablemente, ganó el antifútbol. Y perdió por goleada el fútbol. El “jogo bonito” de Brasil dejó de existir desde el mismo momento que Felipe Scolari tomó a la verdeamarela. Y perdió el fútbol porque Colombia, esa Selección que había brillado y era un gusto ver en el Mundial de la mano de un José Perkerman que siempre aspira al balón bien jugado, al toque, a las paredes, se dedicó a destruir más que a construir. Ganó el antifútbol por la grave lesión de Neymar. Un pibe de 22 años que con la pelota en sus pies hace cosas admirables. Que se puso al hombro a la Selección más ganadora de la historia cuando más lo necesitaba. Perdió el fútbol con las patadas que recibió y aniquiló físicamente a James Rodríguez, un exquisito a la hora de proponer slalon y dejar parados a los defensores.
Ganó el antifútbol desde el mismo momento que la FIFA felicita y aplaude al árbitro español Carlos Velasco Carballo por su “gran actuación” en el encuentro estando Neymar en una clínica sin poder volver a una cancha en mucho tiempo.