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Analfabetismo: el desafío sigue

Viernes, 02 de octubre de 2015 00:00
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Es una realidad que la tasa de analfabetismo se redujo en el mundo en los últimos tiempos y Argentina no es la excepción; esta estaba como objetivo en los compromisos educativos asumidos a nivel mundial por todos los países adherentes a Unesco allá por el 2000.
Se lograron avances significativos en el tiempo transcurrido hasta hoy; reconocida en el último informe que elabora este organismo, Argentina tiene un nivel alto de escolarización, 99,1% y en materia de analfabetismo destaca que nuestro país redujo los índices de 2,6 a 1,9% para los mayores de 15 años. Las acciones que nacional y localmente se llevaron y llevan a cabo para avanzar en este sentido son varias, como por ejemplo el plan FinES o el programa municipal local "Yo sí puedo", entre otros.
Aún así que persistan niveles de analfabetismo significa deuda social que no se puede dejar de mirar, tal como ocurre con la desnutrición; a nivel mundial, nacional y local existieron y existen muchas manifestaciones de organismos gubernamentales y no gubernamentales para erradicarlo, y hay avances significativos; se hacen importantes esfuerzos pero muchas veces los resultados son insignificantes frente a la magnitud del problema.
El tiempo también hace lo suyo, avanza y va generando otros tipos de analfabetismos igualmente preocupantes que impiden el pleno desarrollo de las personas. Los argumentos en pro de la alfabetización suelen ser desde distintas perspectivas: éticas, políticas, sociales o económicas, y no es mi objetivo reflexionar sobre todas ellas, pero sí pensar en el alfabetismo relacionándolo con las habilidades o competencias de las personas; y aquí ya paso a pensar no solo en el analfabetismo que según la Real Academia define como la falta de instrucción elemental en un país, referida especialmente al número de sus ciudadanos que no saben leer ni escribir o ignorante, sin cultura, o profano en alguna disciplina, sino al analfabeto funcional, que es una persona que sabiendo leer y escribir no sabe resolver adecuadamente tareas necesarias para la vida cotidiana, como por ejemplo interpretar una lectura; aplicar un mínimo razonamiento inductivo o deductivo para resolver un problema; memorizar; poder completar adecuadamente un formulario; ser limitado en la interacción con las TIC y la comunicación o no poder utilizarlas adecuadamente, etcétera. Cuando pensamos en esto, la dimensión de lo que consideramos analfabetismo se amplía y se transforma y es igualmente importante tenerlo en cuenta.
Los efectos de ser analfabeto, considerando cualquier dimensión, suelen ser numerosos y cada vez hay más estudios sobre ello. Tanto el impacto en calidad del empleo como la pérdida de productividad por ingresos del trabajo que genera el analfabetismo son suficientemente grandes como para considerar a su erradicación no solo como un objetivo social sino una prioridad económica.
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