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Laberintos humanos. Primera batalla
Como si eso fuera una invitación de carnaval, los perros hicieron fila ante el tacho en que quimiqueamos vino con gaseosa. Les preparamos una saratoga capaz de voltear al más experimentado, y los perros empezaron a perder el equilibrio para terminar panza arriba echados por doquier.
Sin perder tiempo, buscamos cuanta soga de ropa se tendía en el barrio y atamos a los perros que, por más superiores que fueran a la humanidad, tenían ya una macha de Padre y Señor nuestro. Pasadas las horas, dormida la mona, caerían en la resaca pero ya perdido el poder de hipnosis con que sometieron a Armando, pudimos huir.
Cuando bajamos corriendo por la calle Jujuy, ignorábamos qué había sido del resto de la humanidad, incluidos los tilcareños, ya que las calles estaban desiertas como antes de que la Quebrada de Humahuaca fuera declarada Patrimonio de la Humanidad. Lo único que sabíamos era que habíamos vencido en la primera batalla contra los perros.
Cuando los primeros aullidos lastimeros delataban que los perros se estaban despertando para descubrirse amarrados, Carla Cruz, Armando, el Varela y yo ya estábamos escondidos en el corral de llamas de Santos, maquinando los pasos a seguir. De entre las patas de sus llamas vimos que la jauría corría por la calle Corte, buscándonos desde la furia de su primera derrota.
Corrimos por sobre el césped de lo que fuera el parque de García del Río y ganamos la entrada del pueblo, confiando en que podríamos salir para Huichaira, pero los perros habían cortado el puente.