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Laberintos humanos. La pregunta necesaria
¿Dónde huir? Pero no era esa la decisión correcta ni la pregunta necesaria. Teníamos que enfrentar a esa jauría alzada porque en su evolución nos habían superado. Debíamos pelear y vencer, como lo habían hecho nuestros abuelos desde el comienzo de la humanidad, primero contra las fuerzas de la naturaleza y luego entre nosotros.
Éramos lo que siempre fuimos: de entre la creación toda, la especie más guerrera. Los seres que no sólo hacen la guerra para asegurarse el sustento, ni aún el placer, sino que del combate a muerte hicieron un arte. Carla Cruz manejaba el automóvil que encontramos con las llaves puestas, cuando pude ver que en cada uno de nuestros rostros había dibujada una sonrisa.
Pensé en que hay una mirada de esclavo, que los mismos perros habían repetido por miles de años hasta estos días en que la revirtieron en mirada de poder, y que en ella germina esa otra: la de los ojos del amo, la de quien está dispuesto a luchar, no sólo por su libertad, sino además para conquistar la ajena.
Pero los perros corrían junto a las puertas de nuestro automóvil echándole dentadas al metal de su hechura, deshaciendo de a mordidas los neumáticos, y aunque algunos fueron arroyados por el paragolpes, ya habían logrado hacernos perder la dirección. Estábamos rodeados pero dispuestos, y ajenos al miedo abrimos las puertas y echamos a correr por la calle Padilla.
Los perros se aferraban con sus fauces a nuestros pantalones, ya teñidos de sangre, pero corrimos para dar con un mejor lugar para enfrentarlos.