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Laberintos humanos. Combate decisivo
Nos escondimos en la estructura del pesebre de la familia Torrejón. ¿Dónde estaba el resto de la humanidad en ese momento del combate decisivo contra los perros evolucionados que querían aniquilarnos? Ni rastros de más gente que nosotros cuatro, como si aquello no fuera más que una siesta bajo el viento norte.
Teníamos los pantalones teñidos de rojo por las mordidas que alcanzaron a darnos, pero no estábamos vencidos. Recurriendo al miedo ancestral de los perros a las piedras, aunque ya fueran más inteligentes que la misma humanidad, los mantuvimos alejados y pudimos cubrirnos tras los falsos cerros por los que debía bajar la Sagrada Familia al son de las quenas.
¿Acaso ya habían acabado con el resto de los hijos de Adán? Pensé en la gracia de Scooby Doo, pensé en la ternura de Lassie, pero no había nada de ello. Uno y otro eran perros sometidos cuando estos se proponían reinar sobre nuestras ruinas. Haciendo silencio, salimos por el fondo.
Las calles estaban desiertas. No había más personas, y los perros nos esperaban por el frente, aunque cada tanto veíamos tres o cuatro corriendo para dar con nosotros. Carla Cruz recordó eso del olfato superior a la vista y se echó sobre una montaña de estiércol que alguien había acumulado para aporcar su chacra.
Allí quedó sonriente pero hedionda y la imitamos. Era degradante pero era un arma eficaz, que como cualquier arma es a la vez motivo de orgullo y estigma de degradación. Podíamos considerarnos a salvo hasta que los perros descubrieran el truco y nos acabaran.