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Laberintos humanos. Cazándonos

Martes, 27 de octubre de 2015 00:00
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Laberintos humanos. Cazándonos

Ya sabíamos cuál era el arma de los perros para vencernos, pero lejos de darnos una solución nos hundió en la peor desazón: recurrían al amor que cada familia siente por su mascota y así nos dividían y cazaban. En esa casa a la que habíamos entrado, la niña alzaba a su pichicho creyendo que lo dañaríamos y esa defensa, en cada una de las casas, se convertía en un combate imposible.

Entendimos que los amos creían estar protegiendo a sus perritos. Esa era el arma de ellos, y nosotros ante eso estábamos desarmados. El perrito nos miraba soberbio desde los brazos de su amita y ¿cómo sacárselo? ¿Cómo atacarlo ante la mirada de la niña y de sus padres?

Sólo pudimos dejar la casa. Nos sentimos vencidos, los perros habían encontrado nuestro flanco más débil: nuestros sentimientos. ¿Cómo pensar una resistencia contra esas niñas, esos millones de infantes y de padres abrazados a sus mascotas en las millones de casas de la humanidad? ¿Acaso debíamos dejaros vencer?

Dejamos la casa para regresar a las calles desiertas donde la jauría nos buscaba para exterminarnos, sabiendo que haría lo mismo con cada persona recurriendo al cariño de sus familias, hasta que ya no les quedara más que asesinar a los mismos niños que los abrazaban.

Corrimos y nos ganó el desgano, como quien debe subir corriendo el cerro y ya desde el comienzo se agita, le falta el aire. Por primera vez creímos que nuestra lucha era imposible y que ni siquiera era posible escondernos en el campo, sólo entregarnos a sus fauces para que nos desgarraran.

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