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Laberintos humanos. El engaño
La niña nos explicaba, paradita delante de sus padres, que su perrito les dijo que terminarían con nosotros cuatro porque queríamos acabar con los perros, y que luego volvería la normalidad. Nos dijo que ya habían acabado con decenas asesinos de perros, unos pocos desalmados pero que los perros no les harían nada a ellos porque los amaban.
Comprendimos que ese engaño sucedía en cada casa, que en cada hogar las mascotas retenían a sus dueños mientras veían por las ventanas como las jaurías exterminaban a toda la humanidad, de grupito en grupito, y así nos vencían dividiéndonos, y cuando la niña, con toda su inocencia, nos develaba el secreto de tanta ausencia de gente por las calles, su pichicho apareció a sus espaldas.
No caminaba en cuatro patas, aunque era pequeño y enrulado, sino alzado en sus cuartos traseros, y con voz de amo la reprendía: ya te dije que no hablaras con ellos, que son malos. La niña nos miró a nosotros y miró a su perrito, sus padres nos miraron y miraron al perrito y la niña corrió hacia su mascota para alzarla.
¡No la van a matar!, nos gritó entre llantos y así vimos como los perros, evolucionados hacia lo más desalmado de la superioridad, empleaban estos métodos atroces para aniquilar a la humanidad. Lograrían primero terminar con los vecinos, luego impedirían que los hijos defendieran a sus padres hasta que no quede una sola persona sobre la tierra.
Nos vencían recurriendo a ese sentimiento tan bastardeado como lo es el amor, tema de cuanta canción tenga éxito en las radios.