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Laberintos humanos. Su destino
Era su destino, trató de consolar Armando a Carla Cruz, y ella alzó los ojos para retrucarle que también lo era el de ella, que había perdido al hombre de quien se había enamorado cuando la montonera ya trepaba por los cerros alzando polvareda. Y entramos así a la casa tratando de encontrar un tema para conversar, sin encontrarlo.
Nos servimos lo que quedaba del vino del frustrado velatorio, acabamos las empanadas que Carla terminaba de hornear, medio nos adormilamos porque amanecía y buscamos la oportunidad para decir que bueno, nos vamos yendo, cuando en el marco de la puerta se apareció el mismo Varela que se habían alzado.
Carla corrió para echarse en sus brazos, que la cobijaron como un poncho, y se sentaron a la mesa en un silencio que rompió el recién llegado para asegurarnos que no voy a hacer cuestión de que no supieran defenderme, pero don Felipe es gaucho y no estuvo de acuerdo en que quebraran mi destino.
Me quedo, nos dijo levantando el vaso para brindar, y estábamos, aunque contentos, demasiado cansados para seguirla, así que pronto me vi andando sólo por las calles de mi barrio, contando los pasos que me restaban hasta la cama. Abrí la puerta y me eché vestido nomás, y no demoró en ganarme el sueño para llevarme lejos de estas tantas aventuras como las que vinimos viviendo sin descanso.
Y podría haber dormido varios días seguidos, de no ser porque tenía que levantarme para escribir estos Laberintos Humanos que deben llegarles a ustedes cada día en esta página del Tribuno de Jujuy.