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Laberintos humanos. El monstruo
Más de un vez me sucede que algún espíritu travieso pretende boicotear que ustedes lean estos Laberintos Humanos y me sujeta a la cama con mil excusas, entre otras el cansancio y esa costumbre docente que me lleva desde las alturas de Tres Cruces a las nubes de Volcán.
Alguna vez Horacio Quiroga escribió sobre esos monstruos que se esconden entre las plumas de la almohada para ir debilitando a la gente que duerme chupándole la sangre, y aunque sin alas de vampiro ni colmillos afilados estos espíritus de que les hablo multiplican el peso de mi cuerpo y me impiden levantarme hasta la note book.
Trato de imaginar las ventajas de hacerlo: allá está el vaso grueso que puedo cargar de whisky o de torrontés, depende la ocasión, y una extensa serie de MP3 que van desde John Coltrane a Richard Wagner, y hasta una serie de oberturas suyas ejecutadas en acordeón y timbales que se mezclarán con los ladridos de los perros vecinos.
Además del whisky o el vino blanco, Coltrane, Wagner y los ladridos lejanos en la noche, sé que en cuanto empiezo a escribir se me diluye la pereza y una felicidad tibia me recorre el cuerpo, los dedos empiezan a teclear apurados y enciendo un puro que no termino de fumar porque me gana la narración.
Pero hay veces, como hoy, en que los monstruos de Quiroga u otros inmateriales vencen y sé que en la redacción ya no quedan Laberintos Humanos y no puedo remediarlo. Entonces, la computadora parece estar a años luz de la cama y la humanidad no ha inventado aun un combustible capaz de semejante travesía.