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Laberintos humanos. Muy lejos
Soy incapaz de levantarme, y eso que ya no quedan Laberintos Humanos en la redacción para la edición de mañana. La mesa con el mate y los parlantes de la note book están muy lejos, demasiado como para arrastrarme hasta la silla y poner música de King Krimson o de Jaime Torres, cualquiera en tanto que no sea en castellano y me desconcentre.
La mesa donde debo escribir más Laberintos Humanos está tan lejos como aquellas jóvenes tan bellas que nos parecían demasiado y nunca nos animamos más que a mirarlas de lejos, de demasiado lejos como para que se den cuenta y se van con otro o con nadie, el tema es que se van sin nosotros.
La posibilidad de escribir los Laberintos Humanos que usted debe leer mañana y pasado está tan lejos del colchón de la cama que me aplasta que ni siquiera soy capaz de acercarme y buscar la primera palabra que dará en la otra, desde cuando todo es más fácil, lo sé, porque en cuanto empiezo a escribir la cosa cambia, se me va la pereza y me surgen mil ideas.
Mil ideas que, como pájaros, se amuchan en mi cabeza. Eso es lo que me asusta porque entonces deberé seguir hasta agotar la narración, no sea cosa de desperdiciar una buena veta que puede dar para diez o doce capítulos, pero eso me tendrá hasta la madrugada y mañana me tengo que levantar temprano y cargar, como a una cruz, con el sueño de la trasnoche.
Para colmo, sé que voy a hacerlo, y que cuanto más tarde en comenzar más tarde me acostaré, pero hoy el peso del cansancio, ese monstruo inmaterial, es demasiado pesado para mis cincuenta años.