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Laberintos humanos. El pacto
La mujer, que se había contagiado el Sida, le ofrece su amor a Isidoro Cañones. También le dice que, si él también se enferma, heredará una fortuna incalculable que le permitirá vivir lo que le reste en la mayor de las comodidades y placeres. Isidoro acepta. Esto transcurre entre fines de la década del ochenta y comienzos de la siguiente, cuando el Sida era incurable.
Entre quienes escuchaban en esa noche de bar la lectura que el autor, mi amigo, hacía de su novela biográfica del famoso play boy, estaba Miguel Rotenberg. Miguel también es escritor y padre de un conocido productor televisivo y teatral. Miguel le dice, sin conocer el desenlace del libro, que Isidoro Cañones tiene que salir bien parado.
Le dice que así fue siempre y en cada una de las historietas que narran fragmentos de su vida: siempre al borde y siempre, milagrosamente, salvado. Le advierte que debe pensar algo para que en este pacto con la mujer, que no es sino el mismo Satanás, el protagonista viva la gran vida y, al final, sobreviva.
Mi amigo, que nos leía esta novela suya que les vengo contando, comprende que su interlocutor tiene razón, y aunque no confiesa la verdad, cierra la carpeta y se queda pensando en corregirla, de alguna manera aliviado porque a él tampoco le agradaba la escena final, que acaso era la del velatorio del play boy.
Cuando ya era de día y dejamos el bar para irse cada uno a su casa, mi amigo no nos había leído las últimas páginas de su obra pero quedaba el tácito sentimiento de que iba a corregirlas.