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Laberintos humanos. Copla rapera

Miércoles, 18 de noviembre de 2015 00:30
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Laberintos humanos. Copla rapera

Doña Eulalia me habló de aquella tarde de carnaval en la que su copla se volvió rapera. Me lo contaba en casa, mientras hilaba y me decía que su amiga Josefina la incitó a que me lo contara. A usted, don Dubin, porque dice que le gustan los cuentos y la poesía, que no son otra cosa el rap y la copla.

Yo estaba entonces con mi pollera colorida, con mi caja en la mano, mi sombrero ovejuno y mis trenzas negras cuando vi que se acercaba a la rueda un joven con una gorra que entonces se veía poco por acá, con la visera chata y ancha por delante, los pantalones cortos y como que le quedaban grandes y el andar de jukumari en celo.

Vi que el mozo no me prestaba atención, entonces yo también era joven y batí mi parche para provocarlo con una copla medio pícara, de esas que había aprendido de los abuelos, pero cuando empecé con el primer verso, el que no rima, sentí su mirada clavada en la mía y me di cuenta que las palabras seguían más allá del largos que tienen las coplas.

Me le quedé cantando clavada en sus ojos, sin reparar en el verso que repite el coro, el que rima, ni en la intención que tenía al provocarlo al contrapunto, sino hablando de las cosas que sentía sin otra regla que la necesidad de decírselo, y dicen que ese día y de ese modo nació el rap, me contó doña Eulalia.

Yo sólo sé que ese joven se quedó sorprendido por mi canto, parado como si fuera un cardón al costado de la rueda, y que esa ropa, que en él era descuido, pronto se hizo moda al igual que mis versos. Usted cree que exagero, ¿no?.

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