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Laberintos Humanos. Brillo de codicia

Domingo, 22 de noviembre de 2015 00:30
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Laberintos Humanos. Brillo de codicia

La abuela tenía mis manos aferradas a las suyas y repetía, sorprendida, que no pensaba que aún podía despertar este tipo de pasiones, sin que yo pudiera saber a qué tipo de sentimientos se refería, aunque sospechaba a lo que pudiera estarse refiriendo. Tuve la certeza que de alguna manera tenía que sacarla de mi casa.

Vea, doña Eulalia, creo que usted se confunde, empecé a decir casi tartamudeando cuando vi que ella estallaba en una carcajada que volvió a descolocarme. Pero no se haga ilusiones conmigo, don Dubin, me dijo. Usted no es mi tipo de hombre, concluyó para aliviarme de alguna manera.

Ya me había advertido la Josefina que clase de persona es usted, pero yo no pensé que fuera para tanto, me dijo. ¿No la parece que es demasiado joven para mi?, me preguntó arreglándose el pañuelo que le cubría las canas. Si esto me lo proponía usted allá por el setenta y cinco, setenta y seis, capaz que agarraba viaje.

Hace mucho de eso, le dije como para cambiar de tema y doña Eulalia, con verdadero gesto de abuela sabia, me respondió que más de lo que usted cree. Por aquellos años, y aunque usted no lo sepa, yo inventé el rap copleando en un carnaval de Juella, dijo la anciana amenazando con comenzar el relato que ya había concluido hacía varios días.

Entonces dibujó en sus ojos algo así como el brillo de la codicia y me preguntó: ¿cuánto me paga si se lo cuento para que lo ponga en sus Laberintos?, me dijo doña Eulalia y preferí mentirle: ¿sabe que pasa, abuela? Ese cuento ya se lo compré a su amiga Josefina.

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