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Laberintos humanos. En la frontera

Jueves, 26 de noviembre de 2015 18:54
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Laberintos humanos. En la frontera

Para olvidarla marché a la frontera y me alisté con el primer ejército que pasó. Confiaba en que Dios señalaba mi camino, y eso también hace al orgullo de dar mis yerros por sagrados. Jamás beberé vino de esa copa sagrada en la que Él bebió en esa cena que repiten las misas, me dijo el caballero andante y acaso fuera demasiado duro consigo mismo.

Y en las fronteras son brutales tanto unos como los otros, todos por igual. El otro debe morir o matar con la esperanza de que en algún momento alguien anunciará el esperado armisticio, y acaso mañana nos enrolemos en la misma tropa. Detrás de la frontera está aquello que no alcanzamos a imaginar y que se nos parece demasiado.

De este lado está lo que conocemos y nos molesta, y tanto nosotros como ellos queremos pasar del otro lado, porque el nuestro ya nos aburre, que así nacen las invasiones y las guerras que se extinguen en cuanto alguien cae en la cuenta de que nadie recuerda las causas que originaron la pelea.

Así combatí varios días hasta que llegó mi hora de descansar junto a un arroyo, me contó el caballero andante, cuando de la espesura de la yunga se asomó un unicornio blanco, de crines largas que le caían sobre el lomo, que me miró desde sus ojos penceolados y se volvió para trepar el cerro, como si le pesara que lo haya descubierto.

Supe que debía cazarlo para llevar su cuerno de trofeo a mi dama, me contó, fui tras su rastro por semanas enteras hasta que lo alcancé, lo cacé y hoy su marfil pesa en las cuentas del collar que mandé a hacer.

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