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Laberintos humanos. Ernest Hemingway

Sabado, 28 de noviembre de 2015 00:00
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Laberintos humanos. Ernest Hemingway


Entonces no se escribía en word sino en olivetti, un cilindro con teclado en el que se colocaba una página en blanco sobre la que se tipeaban palabras que no guardaba memoria alguna más que la del mismo papel. Luego se tomaba el extremo del papel y se lo sacaba de abajo del cilindro.

Entonces se colocaban, una tras otra, las necesarias para albergar el total de nuestra inspiración que, como les contaba ayer, en el caso de mi amigo se refería a una biografía del play boy Isidoro Cañones. La primera de esas hojas llevaba el título conciso de Biografía de Isidoro Cañones, y una primera oración contundente.

Hay frases que, al decir del novelista Ernest Hemingway, son verdaderos golpes a la mandíbula. Eran sus frases preferidas y las de mi amigo, que comenzaba esta vasta novela con la descripción: hay un whisky en la noche que es igual al olvido. Luego venía el resto, que no era todo tan contundente.

Era ya el amanecer ante la mesa de un pub en el que Isidoro se calzaba ese trago, se ponía de pie y salía a la calle para descubrir que se había olvidado en alguna parte las llaves de su auto, y se veía así obligado a parar un taxi. El tránsito era pesado y hacía mucho calor, cosa que hizo que el taxista hiciera una alusión al infierno porque se trataba del mismo Mefistófeles que estaba por proponerle un pacto.

Así comenzaba la novela de que les hablo, y cuando Isidoro le pregunta cómo conoce tanto del exceso de calor, el conductor le aclara que al dejar el automóvil trabaja junto al horno de una pizzería.

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