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Laberintos humanos. Confesiones

Sabado, 28 de noviembre de 2015 00:30
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Laberintos humanos. Confesiones

La magia de Merlín oculta nuestros errores y le echamos la carga de nuestros actos a la Voluntad de Dios, así nunca podremos tener el Santo Grial en nuestras manos, me dijo el guerrero oculto bajo la saya del monje. Eso no era un valle de santidad después del campo de batalla, me dijo.

Tanto pensar en lo que vendrá alguna vez, cuando la posibilidad de tomarse un vinito con Cristo está de este lado, ahora. Y entonces, por no alzar la mano para traerlo a nosotros, vi el rostro encinto de la muchacha, sus ojos aterrados y el gesto inconfundible con que me rogaba que no la llevara de regreso a su palacio.

La casa era grande para la vista de tantas, y a sus puertas llegaban los campesinos para pagar el arriendo. En los días que lo alojaron, cuando cayó vencido en sus brazos, me contó el Caballero Andante que comprendió que acaso a los ojos de algunos, nosotros no éramos los buenos. Hubiera apostado que conocía de antemano las cosas que el gauchaje decía de nosotros.

Todos, nosotros y ellos, teníamos argumentos para sostener que andábamos por el camino correcto, y para comprender esto es que debí llegar a esa casa, dijo en tono épico. Merlín tenía la manía de hacernos creer que las cosas que él sabía eran las obvias, y nos contaba esos saberes como profecías.

Y es que fue justamente eso lo que sucedió: yo llegué a esa casa, de donde había sido secuestrada la doncella rescatada, y comprendí que los caballeros andantes también cometemos injusticias, y que la burla de Miguel Cervantes no era del todo injusta.

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