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Laberintos Humanos. Don Arturo
Que en la habitación de Armando estuviera Armando, era garantía de que este relato se volvía coherente. Armando sonrió sólo de verlo andar: ya no era el mismo Varela que conociéramos pero tampoco era otro. Desde que don Arturo me encomendara la misión de rescatarla, nos contó el Varela, he buscado a Carla Cruz por cielo y tierra.
Habrán notado que ya no dijo que Arturo fuera el rey sino un mero don. Y si no lo notaron pueden buscarlo entre las palabras que están al comienzo de la última oración del párrafo precedente, y esa diferencia no es algo de poca importancia.
Armando nos dijo que todos vamos cargando con un reflejo del alma de todo aquel con quien nos cruzamos, y que mucho más se nos pega del otro, casi todo, cuando lo matamos, así como el violento es igual a la mujer víctima de sus golpes, del mismo modo que nos pasa con aquellos con quienes nos cruzamos por la calle si es que les prestamos atención.
Si en algún momento nos fijamos en un rasgo que define a quien pasa a nuestro lado, entonces ese rasgo de refleja en nosotros y pasa a ser nuestro, y así nunca somos los mismos que despedimos ayer lo que nos volvemos a encontrar, nos dijo y se puso de pie como para que lo sigamos: hay largo trecho hasta la mesa redonda de Camelot, es mejor que salgamos ya.
Le hicimos caso, y así Armando, el Varela, Carla Cruz y yo partimos rumbo a la sede de la orden de Caballeros Andantes más célebre de la historia, porque el Varela nos explicaba que don Arturo les había jurado que le contaría cada aventura vivida.