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Laberintos humanos. La princesa y el dragón

Lunes, 14 de diciembre de 2015 23:32
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Laberintos humanos. La princesa y el dragón

El Varela se quedó repitiendo que el mal gusto es un error que nos queda pegado en la piel aunque se nos hayan perdonado, y le dio la mano a Carla Cruz para bajar delante mío por la Escalinata. Las luces empezaban a caer con esa belleza que envuelve a Tilcara en el crepúsculo, cuando nos cruzamos con una chiquilla que subía.

La niña cantaba una canción muy bella que nos obligó a detenernos para poder escucharla. Hablaba de una princesa, de un dragón y de un caballero que se acercaba a la cueva donde el dragón tenía cautiva a la princesa, alzaba la lanza e invitaba a la fiera a ceder a la bella para no tener que caer en el combate.

No era el dragón, en la canción, quien respondía sino la bella, quien decía que al principio le resultó tremendo tener que vivir con un dragón en su cueva. Se imagina, decía la canción, que el olor del dragón no es un perfume, que llega a la cueva con sus patas sucias y quema las cortinas con su aliento.

Pero con el tiempo aprendí a quererlo, le decía la princesa al caballero que venía a rescatarla. En pago por los gastos que le habrá costado venir a rescatarme, le dejo esta corona de oro que era de mi madre, decía la princesa al tiempo que enlazaba la corona de oro en la lanza del caballero.

El caballero tomaba la corona, que guardaba en su mochila, y le decía que merecida la tenía pero no era suficiente, porque le había dado la palabra al rey, el padre de la joven, que la llevaría de regreso a su castillo. Y eso debo hacer, dijo el caballero, mal que le pese.

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