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Laberintos humanos. El santo grial
El rey Arturo reinó en Inglaterra mil años antes de que Colón llegara a América. Pero ignoraba la existencia de este continente, al que ya habían llegado los vikingos. Por los años de su reinado, la Quebrada de Humahuaca no sólo no pertenecía a la corona española, ni hablar de que aún no existía la república Argentina, sino que tampoco éramos parte del incario.
Armando debió hablarle de las naciones independientes que la habitaban, pero pronto tuvo que advertirle que no sólo veníamos de lejos sino de otro tiempo, del siglo XXI. Eso asombró más a Arturo, que amaba los cuentos extraños, y puedo asegurarles que nosotros éramos tan extraños para ellos como ellos para nosotros.
Mis caballeros, nos dijo luego de escuchar el relato de Armando, ya han dejado atrás las luchas para liberar doncellas y acabar con el terror de los dragones, porque nos pusimos como misión recuperar la copa en que bebiera Cristo en la última cena, que es la misma en la que José de Arimatea guardó su sangre cuando fue crucificado.
Alcanzar esa copa no es sólo cuestión de fuerza y valentía, sino de pureza de corazón, nos dijo. Para alcanzarla nos hemos preparado desde que se conformó esta orden de caballería, que es tanto religiosa como militar, y sabemos que sólo uno de nosotros la verá, lo que nos alcanza a todos como aliciente.
Yo conocía el final del cuento, que había leído en los libros que mi padre me compraba en mi infancia, pero nunca creí que me fuera dado escucharla de boca del mismo Arturo ni, menos aún, que participaría de ella.