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19 de Octubre,  Salta, Centro, Argentina
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Recuerdos del primer Festival Latinoamericano del Folclore en Salta | Relatos de Salta

Sabado, 02 de mayo de 2015 00:00
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"Con los ojos abiertos retomo esos pasos. Quizás en el andar reencontraremos juventud, paisajes, sueños, mitos y leyendas del amor eterno y de la primavera sin fin. Canto y música me acompañan. Y nos vamos noche adentro, al corazón festivalero de Salta, La Linda, lejana, inolvidable.
Un miércoles, en un coche de segunda, sin comodidades y agregado a un tren carguero, comenzamos el viaje Salta. El guitarrero con poncho salteño, logotipo del Festival, nos llamaba. Éramos 15 universitarios que íbamos a la conquista de reconocimiento internacional. ­A esa edad no hay sueños imposibles!
Antofagasta, La Negra, Palestina, Augusta Victoria, Varillas..., y las sombras se alargaban. Cruzamos 905 km, y los 334 de territorio chileno recién empezaban. La noche, tinta y retinta, habría querido engullir el tren; pero éste avanzaba por un túnel de luz propia que al cerrarse tras él prendía adioses en el farol amarillento del furgón de cola.
Adelante, el universo se abría; millares de estrellas, que nunca supieron de nuestra existencia, recorrían el cielo oscuro.
Imilac, Pan de Azúcar, luces pequeñitas en el horizonte. Monturaqui y al fin, Socompa, donde el frío de la noche andina y los 3.914 metros sobre el mar acallaron cantos y guitarreos y entorpecieron el transbordo. Atrás quedaba Chile; Antofagasta, donde una noche, en el auditorio de radio Minería ganamos el derecho a representar a nuestra universidad, a la ciudad, la provincia y quizás hasta al país, en un festival de música folclórica que el diario El Tribuno y el Gobierno de Salta organizaban por primera vez.
Salta, Los Fronterizos, Los Gauchos de Gemes. Los Chalchaleros, ponchos rojos con franjas negras; tres guitarras y un bombo legero. El staccato del fraseo de los Chalchas había traspasado fronteras y reverberaba en voces y corazones de jóvenes chilenos. Salta, donde el folclore norteño renacía, esa música que había llenado atardeceres de mi niñez cuando papá sintonizaba su radio Zenith en la frecuencia de Radio El Mundo, de LR3, Radio Belgrano de Buenos Aires y Radio Excélsior, de la Argentina.
La música de las ruedas sobre los rieles presagiaba alegría, fiesta, descubrimientos, sueños, esperanzas. Una familia de guitarreros salteños viajaba con nosotros; la tonada de sus voces nos adelantaba la llegada. Luego Choculaqui, Tolar Grande, Pocitos, el viaducto La Polvorilla y al final del tramo, San Antonio de los Cobres, despertando en el amanecer.
Tastil, El Alisal, donde la puna comienza a descender hacia los verdes valles. Campo Quijano, Rosario de Lerma, ­ya llegábamos!... Cerrillos, y en una marea de vegetación, bullicio y música, pisamos por primera vez la estación de Salta
La fiesta del canto
El primer Festival Latinoamericano comenzó el viernes 16 de abril de 1965. Esa primera noche desfilamos todos los grupos: las provincias argentinas; Bolivia; Antofagasta; Chile; Paraguay; Perú, Brasil y Uruguay. Diez jornadas memorables hasta el 25 de abril, en el predio lindante a la Catedral de Salta, frente a la plaza 9 de Julio. Las banderas de Hispanoamérica se abrazaron en Salta; en música, en competencia. Los cantos y las danzas de países diversos se unieron ante el público salteño. La voz de César Perdiguero llenaba los espacios cuando, para salteños y para nuestros países en cadena radial, proclamaba "­América canta en Salta!".
La primera noche supimos lo que era el folclore norteño, de Salta al litoral. Los de Salta, con una voz chilena en el cuarteto; Ramona Galarza, la novia del Paraná; Los Nocheros de Salta; Los Puesteros de Yatasto; Los Nombradores; Las Voces Blancas; Los Trovadores del Norte y como broche final, Los Fronterizos. La inconfundible voz de don Eduardo Falú me remontó a esos años de mi casa de la calle Washington.
Salta celebró sus 383 años de vida un atardecer. Una torta gigante frente al parque Gemes (plaza) marcó la ocasión. Mantenernos juntos en esa muchedumbre, se debió a la disciplina impuesta por nuestro director, Miguel Politis.
El cielo, las calles y el aire de Salta desbordaban melodías multicolores; se entrelazaban galopas, taquiraris, chamamés, morenadas, cuecas, hasta "el cielito" de Chile colonial; las miradas se cruzaban en el escenario, en los hoteles, en las calles. La música llenaba el alma, los oídos, los ojos. La zamba. La López Pereyra -la zamba más salteña- empezaba a tener resonancia con su "yo quisiera olvidarte, me es imposible, mi bien, mi bien; tu imagen me persigue, tuya es mi vida, mi amor también". El otoño perfumado del subtrópico fue cómplice y Celestina.
Últimos recuerdos
Desde el hotel Victoria, donde nos alojábamos, en Zuviría y Caseros, hasta la esquina del predio del Festival, era lugar de encuentro. Los antofagastinos y la delegación boliviana ocupábamos casi todas las habitaciones. Con Quena compartíamos una con vista a la plaza, pero era más interesante mirar hacia adentro. Antiguas amistades se forjaban en pocas horas. En las últimas tardes del Festival, el hall del hotel se transformó en sala de baile, se concretaron invitaciones y citas. La partida inminente dio urgencia al intercambio de direcciones, teléfonos, recuerdos, besos y promesas. Las fotos llevaban frases tan románticas como ingenuas o poco realistas, pero, éramos jóvenes, era abril, otoño en Salta, y la música embriagaba.
Nombres y más nombres salteños que formaron parte de los recuerdos: Jaime Dávalos, Gustavo "Cuchi" Leguizamón, Hernán Figueroa Reyes, Carlitos Barbarán, Eduardo Madeo (que me dedicó su autógrafo "a los ojitos de Marianne"). Aumentamos nuestro léxico: chango, acullico, coyuyo, ahicito, aquicito, pulsudo, yuta, sapucay y ­Meta...!
Las noches llenas de canto y colores se sucedían precedidas de actuaciones en escuelas y peñas, o de viajes: a Jujuy, a Cafayate, un día y una noche, o a una finca, para cantar y comer asado. Fue en una de esas actuaciones donde nos reconocimos o nos reencontramos con quienes han sido por cincuenta años ya. Al día siguiente, con permiso, me llevaron a almorzar con el resto de la familia.
Y así llegó el último día, con desfiles y entrega de premios. Bolivia, primer premio, y bien merecido. "La zamba soltera", del Cuchi Leguizamón, primer premio. El dúo boliviano, segundo premio. Aplausos, felicitaciones, ojos que se buscaban, manos que se enlazaban temblorosas en la angustia de un adiós tan cercano. Pero ni las reglas ni la disciplina del conjunto me iban a dejar sin ir al Cabildo y a la plaza 9 de Julio aquella noche.
Y en ese final, lo que empezó como la historia de 15 universitarios y un Festival, pasó a ser mi historia; del cariño que me dio sin condiciones una familia y que luego extendió a mis padres y hermanas. Una historia que perdura en cuatro generaciones de antofagastinos-
salteños y en mi vuelta a Salta cada vez que puedo. Es, también, una historia de amor, del amor de los 20 años que dejó escrito su juramento con dos firmas en el Libro de Visitas del Cabildo salteño, releído y reiterado al año siguiente, para el Segundo Festival. Es la historia de mi canto y de una zamba que quedó en el alma.
Gracias Diosa Madre por ofrecerme esas oportunidades y por el regalo de recordar con una nostalgia suavecita, sin pena, y con mucho amor. Me reencontré en estos senderos con mi juventud, con esos paisajes antiguos, con mis padres antofagastinos y salteños, con los que ya partieron, y con mis sueños de entonces. Ya terminada la evocación del Festival de hace 50 años, me queda la esperanza de volver pronto a Salta, a esa casa con perfume a palo santo".
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