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Laberintos humanos. Compañía y soledad
Perder el contacto con el Abuelo Virtual fue, para Carla Cruz, un poco como perderse a sí misma. Con su teléfono celular se comunicaba para escuchar sus enseñanzas, que por momentos eran sólo compañía en tanta soledad. No sabía nada más de ese hombre, nada más que su rostro en la pantalla y su voz metálica.
Así fue bajando al valle, desde donde subía la columna de humo negro que le llamara la atención desde lo alto, donde conociera al hombre solitario. Bajaba rumiando recuerdos. La memoria de Pablo, del que se había prendado peleando contra los Varela entre las ruinas de hierro y cristal de Huichaira, de su hermano Pedro y Esteban Franco, tres magníficos guerreros.
Bajaba recordando cosas que le dijera el Abuelo sabio, y en eso de que la sabiduría, cuando se la tiene al alcance de la mano, también se vuelve un vicio. Las últimas palabras que escuchara del Abuelo fueron aquellas referidas al tejido de mentiras con que nos armamos una coraza para vivir.
Unos hasta la misma locura, otros meramente lo necesario para seguir, todos nos mentimos, y cuando aquella última vez Carla Cruz le preguntó si el amor también era una mentira, el Abuelo Virtual sólo le respondió con un silencio. Entonces la muchacha pensó que acaso también la pérdida del teléfono celular con que se comunicaba con él fuera parte de sus enseñanzas.
Como fuera, estaba sola y esa era su realidad, más allá de cualquier mentira. Y bajaba al valle, desde donde con la columna de humo comenzaba a escuchar también el murmullo de una multitud desesperada.