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Laberintos humanos. Tierra alzada
Carla Cruz estaba sentada en el linde del campamento de los Varela esperando que Pablo la perdonara y se le acercara. Ella quería consolarlo y amarlo, pero le era imposible desde que Pablo se emperrara en su dolor, porque el dolor le mantenía presente la memoria de su hermano Pedro, muerto en combate.
Estaba sentada cuando se le acercó un Varela que se acuclilló a su lado. Carla se volvió para buscar con la mirada a Pablo, que miró hacia otro lado haciéndose el desentendido, y el Varela le dijo que ya ve, doñita, no somos tan malos como dicen. Hace siglos nos alzamos contra Mitre, allá en los llanos riojanos donde pastoreábamos.
Nos alzamos contra la injusta guerra que aniquilaba el Paraguay, pero los nacionales tenían mejores armas. Nosotros sólo peleábamos, éramos tierra alzada y nos persiguieron hasta que nos escondimos en el Alto Perú. Acá quedó nuestra fama, esa fama que aún sigue cantando que Felipe Varela matando llega y se va.
Felipe Varela es nuestro jefe. No es malo como dicen, es hombre justo y culto. Usted viera, doñita, pero quedamos prendados de la fama que se canta de nosotros, del miedo que se le enseñó a la gente que nos tuviera, y así andamos espantando. Cuando se acabaron los caballos, nos hicimos de estas motos en que corremos por la playa.
Cuando se terminaron las cañas, alzamos estas tacuaras de pvc, y cuando nos topamos con los cadáveres de otra guerra, alzamos los cascos y las capas de los soldados muertos, y hace siglos que cabalgamos en el cuento de la gente, siempre asustando.