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Laberintos humanos. Memoria punk | Laberintos Humanos

Lunes, 15 de junio de 2015 00:00
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Laberintos humanos. Memoria punk

El Varela no tenía más nombre que el de la montonera a la que había pertenecido por cientos de años. Estaba, en ese pasillo de metal que se ensanchaba al fondo en una sala, abrazado a la muchacha que se les había enfrentado en la playa.

En el cerro dieron con la puerta del laberinto que los llevó por entre el metal frío a la sala, donde apareció ante ellos el hombrecito bajo atravesando la pared. Cojeaba un poco y calzaba una sonrisa que contagiaba el humor que parecía definirlo. Le besó la mano a Carla Cruz para decirle que la esperaba y se les plantó delante.

Usaba el cabello cano cortado hacia lo alto en una mezcla de peluquería de pueblo y memoria punk, llevaba pantalón de trabajo y camisa de mangas cortas color ocre, y al hablar brindaba una tranquilidad que fue tibia y grata: las pasaste feas, niña, le dijo Carla Cruz. Pero la aventura enseña, y la aventura que es dura ennoblece el alma.

¿Quién hubieras sido de haber quedado en el puesto de tus padres?, le preguntó y ella reconoció en la suya la voz que, metálica, brotaba en su celular cada vez que consultaba al Abuelo Virtual, pero mientras el abuelo hablaba, Carla Cruz y el Varela vieron que a las espaldas del hombrecito la pared se desvanecía como si no fuera más que humo.

Ya no estaban en la sala de frío hierro sino en una que en el centro alzaba una pequeña mesa de bar con una vieja computadora encendida. Desde esa computadora el viejo se comunicaba con cientos, acaso miles de jovencitas que eran ofrendadas a los Varela en medio de tanto cerro.

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