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Laberintos humanos. Brillo urbano | Laberintos Humanos

Domingo, 21 de junio de 2015 00:00
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Laberintos humanos. Brillo urbano

Pero antes de ser el Abuelo Virtual, antes de tener mi radio en tiempos en que la selva no nos había cercenado de la civilización, ya les dije que tuve que recorrer el mundo, y el mundo es ancho y extraño para un joven que sale de estos pueblos.

Todo era extraño para mí cuando me bajé del ómnibus en la terminal de la ciudad, de eso hace muchos años, les contó el Abuelo Virtual a Carla Cruz y al Varela. Había una multitud de gente andando bajo una llovizna que lo volvía todo brillante, aumentando con ese reflejo el brillo que de por si tiene la ciudad.

Me senté en un banco alto para pedir dos porciones de pizza, que era lo más barato que podía saciar mi hambre, me dejé mirar por tantos que parecían haber crecido en medio de tanto cemento pero que seguro también llegaban de un pueblito como el mío, y pensé que la noche era algo demasiado abrumador.

Miles de automóviles que todos parecían necesitar transitar por la misma senda, mujeres muy altas y con muy poca ropa, música que atronaba desde cada rincón como si la calle ocultara millares de parlantes, una puerta que daba a algo oscuro lleno de brillo, el machacar de algo que parecía ser más un inmenso latido que otra cosa y al fin la barra.

Allí los precios no eran como los de las porciones de pizza y todos mis ahorros no me alcanzaban para ninguno de los tragos, si eso eran esos nombres que, sospeché, estaban escritos en inglés. Pensé que tampoco me alcanzaba para empezar a hablar con alguna de esas mujeres, y eso lo lamenté más que no poder pagarme una copa.

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