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Laberintos humanos. El pogo
Pensé que si esa muchacha extraña quedaba embarazada, un hijo mío empezaría a pertenecer a ese mundo que me repelía y seducía a la vez, les contó el Abuelo Virtual a Carla Cruz y al Varela. Y pensé en la reacción de mi abuela si le llegaba a presentar a esa joven como la madre de mis hijos. Ese mundo no era el mío, y sin embargo sabía que por algo yo estaba allí.
Si tuviera que haberlo definido con palabras que conocía de mi mundo, tendría que haber dicho que estaba en medio de la Salamanca. La gente, toda en estado de semidesnudez, se chocaba una con la otra y, a simple vista, no había casi diferencia entre varones y mujeres cuando la cosa empezó a ponerse algo más agitada.
Al comienzo no supe lo que era, pero luego fui detectando que entre ellos se habían metido otros bastante distintos. Y esos bastante distintos golpeaban con cadenas a estos bastante extraños, y tardé en comprender que no se trataba de parte de eso que llamaban baile sino de una lucha bastante sangrienta.
No era en realidad una lucha, era más bien una golpiza, y cuando uno de los golpeadores se me acercó, antes de darme con su cadena me miró extrañado y me preguntó que qué hacía yo allí. No era que me reconociera, porque no me conocía nadie en esa ciudad, sino que mi piel era la única morena entre tanta palidez, y mis cabellos eran de color negro y cortados a lo Negrito Mendoza.
¿Qué hacés vos aquí?, me preguntó sacándome del brazo, y luego me dijo algo que me sonó bastante razonable: si tus padres te ven en este lugar, te muelen a golpes.