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Laberintos Humanos. Amores pasajeros

Domingo, 28 de junio de 2015 23:32
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Laberintos Humanos. Amores pasajeros

Llegué a esa casa con el joven con el que había cambiado las ropas, les contaba el Abuelo Virtual a Carla Cruz y al Varela sobre los hechos de su juventud en la ciudad, y en esas ruinas me reencontré con la muchacha a la que creía haber dejado embarazada. Le dije que me alegraba volver a verla, aunque no sé si era cierto.

Aquella noche se me acercó entre el tintinear de luces y el machacar del ritmo para acariciarme sin pedir permiso, sacarme la remera y amarme en medio de tanta gente que bailaba, que se movía en la sombra luminosa de la pista y que no reparaba en nosotros. Luego vino la gresca y cada uno huyó como pudo.

Pensaba que era feo desentenderme de esa mujer, pero me sorprendió su sorpresa por mis palabras. Era extraña como lo era todo para mí en la ciudad, y como lo eran acaso más esos jóvenes entre quienes había caído sin decidirlo, entrando por una puerta de rara luminosidad para escapar de la calle, de rara luminosidad.

Ella vestía pantalones de cuero y parecía estar orgullosas de las marcas de sus ojeras. Tal vez las agrandara con el maquillaje, llevaba el cabello muy corto, teñido de un azul florescente, y era muy pálida y muy flaca, nada que ver con las mujeres que había conocido en mi pueblo.

Y no era que yo no comprendiera eso de los amores pasajeros. Sucedía en los carnavales de mi tierra, y no sólo en febrero sino en tantos bailes del sábado por la noche, en tantos momentos de la vida, pero lo que me sorprendió fue que ella me dijera con tanta claridad que no tenía nada que ver conmigo.

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