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El desarrollo no va a llegar con discursos

Miércoles, 03 de junio de 2015 17:45
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El desarrollo no va a llegar con discursos

El tema del desarrollo económico viene siendo tema de debate desde el final de la Segunda Guerra Mundial, cuando Estados Unidos y el Reino Unido, las potencias victoriosas, se comprometieron a dejar atrás las guerras imperiales y la organización económica neocolonial, a la vez que impulsaron organismos internacionales y reglas de juego para que se minimizaran las grandes oscilaciones de los ciclos económicos y se incorporaran las economías de menor desarrollo a las que habían alcanzado un más alto estándar de vida.
Las dificultades no fueron pocas, porque, a las resistencias internas que se presentaron entre los economistas a la hora de definir cómo se iban a evitar los ciclos y cómo se ayudaría a las economías emergentes, se sumó un protagonista no deseado que fue el bloque soviético y su propia propuesta de desarrollo.
Desde el plano puramente económico, se propusieron modelos de crecimiento de diversos tipos y surgió un parcial consenso entre los economistas respecto al papel que debía tener el ahorro en el desarrollo económico: más del primero equivaldría a más del segundo. El problema, empero, era que en los modelos no quedaba claro si ese mayor ahorro se refería al "stock", vale decir, a los activos financieros, o bien hacía referencia a la reducción del consumo, ya que el ahorro es la parte del ingreso que no se consume.
El problema no era menor porque, en el primer caso, "las condiciones para el desarrollo" indicaban que los países con elevados activos financieros y por lo tanto, poseedores de sofisticados mercados financieros, tendrían las más altas tasas de desarrollo, lo que parecía una verdad de Perogrullo. Si la idea era que las naciones debían reducir su consumo para poder desarrollarse, la idea tampoco parecía demasiado estimulante, porque proponer reducir el consumo en países como los de una gran parte de África e incluso América Latina y de Asia, además de indignante porque padecen hambrunas o como mínimo, graves penurias alimentaras, tampoco tiene ningún sentido: ¿qué ahorro se puede conseguir de países que no tienen nada?
Lamentablemente, desde la Economía no se ha avanzado mucho en este intríngulis, lo que se evidencia en que la literatura sobre el tema languideció, luego de una primera oleada de trabajos que, pese a sus diferencias, insistían con la cuestión del ahorro, y cuando reapareció, si bien se plantearon algunos refinamientos interesantes, como la cuestión del capital humano y la importancia de la investigación y desarrollo de nuevas ideas, la cuestión del ahorro no parece haber sido resuelta y podría resumirse así: "Si tienes suficiente ahorro, o sea, si eres una economía desarrollada, podrás desarrollarte".
Por supuesto, como era de esperarse y tal cual ocurre en Economía, "las crisis son propicias para la aparición de chiflados famosos", como decía Joan Robinson, discípula y contemporánea de Keynes, y ahí lo tenemos a Mr Piketty, escribiendo y dando conferencias por el mundo, indicándonos que el capital aumenta porque hay desigualdad, lo que nos sorprende, no tanto porque, como el Flautista de Hamelin, arrastre consigo a varios crédulos, sino porque se trata de otra verdad de Perogrullo, excepto porque el orden causal es al revés: en todo caso, el aumento de la desigualdad ayuda a que quienes se benefician acumulen más propiedades. Sin embargo, esto no debe interpretarse en el sentido de que hay más desigualdad porque el capital crezca, lo que indica también que la explicación de la desigualdad debe buscarse en otra parte, ya que en los países subdesarrollados también existe. Allí no hay, por definición, capital al cual echarle la culpa, a la vez que el planteo de Mr Piketty nos desvía del tema, que es encontrar las causas del subdesarrollo, ya que Francia, el ombligo del mundo según Mr Piketty, no parece un país subdesarrollado, ¿verdad? Claramente, el subdesarrollo, o sea, la pobreza, se debe a otra causa que es simplemente la carencia de suficientes bienes y servicios para todos, lo que indica que hay que producirlos en mayor cantidad.
¿Cómo producir más?
Con mayor inversión, por supuesto, la cual no puede financiarse con un ahorro inexistente, y por lo tanto, con el financiamiento de un sistema bancario insuficiente, y mucho menos, con beneficios de empresas que no están.
La clave para lograrlo consiste en una estrategia conjunta entre el Estado y las empresas privadas, reemplazando gasto público improductivo por inversiones estratégicas, infraestructura económica y social e inversión privada, convocando al mundo a invertir en la economía doméstica, con reglas blandas o duras, a elección de la política, pero definitivamente claras y estables, en tanto la inversión social, principalmente en educación, complementa el capital físico con el capital humano.
No hay que ir muy lejos en el tiempo ni el espacio para encontrar ejemplos: la propia Argentina posterior a la organización nacional nos lo proporciona, y el efímero período 1958-1962 nos trae otro ejemplo y solo se trata de reproducirlos.
¿La desigualdad? De ella nos ocuparemos en otra entrega.
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