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Con cerca de 40 años de trayectoria sobre las espaldas, Raúl Porchetto sigue sosteniendo sin la más mínima pose: "La fama es puro cuento". Y apoya la afirmación en una segunda certeza: "El éxito de un artista consiste en encontrar su cuerda interna; en volverse irrepetible". Él, que vendió miles de discos en los ochenta -Metegol o Reina Madre, entre ellos- y que eligió el ostracismo en la época de la pizza con champagne, sabe por experiencia propia que cuando la obra es honesta y consistente, la memoria emotiva del público se reactiva. E, incluso, se cosechan nuevas y jóvenes adhesiones.
Para quienes todavía no escucharon Dragones y planetas, ¿qué nos podés decir acerca del disco?
Es un disco que grabé con mucho placer. Con León Gieco hicimos el tema Bicentenario. Yo escribí la música y compartimos la letra. Además canto una canción con Raúl Elwanger, de la trova brasileña, en homenaje a Mercedes Sosa. El disco es una paleta de temas que venía acumulando desde hace tiempo. Y la tapa es un lujo: la hizo el famoso Ciruelo.
Con cerca de 40 años de trayectoria, sos uno de los pocos cantantes de rock que conserva la voz casi intacta. ¿Te cuidaste mucho?
Soy un tipo que trabaja todo el tiempo: me gusta investigar y sigo estudiando como cuando era chico y entré al conservatorio. Pero, sinceramente, la voz es lo que más he descuidado. No soy de vocalizar todos los días ni mucho menos. A algunas personas hasta les gusta más cómo canto ahora que en mis inicios. Quizás la mantengo por la vida que llevo, que no es mejor ni peor que la que eligen otros. Dejé de fumar desde muy joven y siempre me gustó tener una vida más cercana a la naturaleza, hacer yoga... Cosas que de repente no son muy comunes en mi profesión.
Estuviste mucho tiempo alejado de los estudios de grabación y de los escenarios. ¿Qué fue lo más difícil de volver?
Lo mediático es cada vez más mediático y el hecho de aparecer de nuevo en escena se me dificultó no por el reconocimiento de la gente, sino por los medios. Hoy está todo muy desnaturalizado: una modelo tiene más prensa que un científico o un investigador. Volver en este contexto fue como empujar un camión. Pero después, recorriendo de punta a punta el país, pude sentir el reconocimiento del público que conoce mi obra. Eso no deja de sorprenderme y animarme.
También estoy trabajando Estela de Carlotto y León Gieco en Arte por la Paz, tratando de generar una contracultura frente a la cultura de la violencia y el posicionamiento agresivo. Desde nuestro lugar estamos tratando de montar esta contracultura a través del arte -que siempre busca lo sublime- y para la paz. Todo esto me lleva a pensar que valió la pena haberme tomado un tiempo para estudiar e investigar.
Por otro lado estoy trabajando con un grupo de científicos sobre el efecto de las frecuencias, los sonidos y la música en pacientes con ciertas enfermedades.
Músicos como Charly, Lerner, Pedro Aznar, Pablo Guyot, Willy Iturri y Alfredo Toth tocaron en sus inicios con vos. Imaginamos esos encuentros como instantes de mucho misticismo. ¿Cómo lo viví an ustedes?
Tenían algo de eso, sí. Pero lo tomábamos con naturalidad porque de repente cuando Charly vino como tecladista era un compañero más. Lo mismo con el resto. Por mi banda pasaron cerca de 80 músicos. Pedro era un superdotado. A los 14 años ya tocaba con nosotros. En la banda compartíamos una mística y un romanticismo muy especial. Hace poquito lo hablábamos con Charly, Nito y León. Los PorSuiGieco estábamos convencidos de que íbamos a cambiar el mundo con nuestras canciones. Pero nos pasó como al monje del refrán, que entró al monasterio con ansias de ser santo y terminó siendo el superior de la abadía (risas).
Nunca fuiste el estereotipo del rockero. Incluso le cantaste a Dios y te criticaron por eso. ¿Te sentiste discriminado?
Existen esos prejuicios a veces. Yo soy muy devoto de la Virgen. Soy una persona creyente y si de repente a alguien le molestaba o veía con prejuicios que yo fuera rockero y tuviera fe, era problema del otro. Para mí, la pauta principal es no tener pauta.
Desapareciste de la escena musical en los 90. ¿Cómo era la realidad de la música nacional en ese momento y cómo la ves hoy?
La veo bien, muy creativa, abierta. Pudo superar la mera seducción del marketing por sobre el hecho artístico. Eso me parece sano. Ustedes en Salta tienen grandes maestros -como el Cuchi Leguizamón y Jaime Dávalos- y hay mucha gente que a pesar de su juventud conoce sus obras, sus zambas, su poesía. En los 90 se privilegiaba lo que venía de afuera. No está mal eso, pero paralelamente había dentro del país un vaciamiento cultural atroz.
Cuando uno decide subir a un escenario tiene que tener claro por qué lo hace. No alcanza con querer ser famoso. La fama es puro cuento. Cada persona es irrepetible. Cerati fue Cerati, Charly es Charly y Spinetta fue Spinetta. Los grandes músicos tienen que servir de inspiración pero cada artista tiene que encontrar su cuerda interna. Si eso pasa, seguramente su propuesta le interesará a mucha gente, porque será irrepetible.