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Se contextualizó en un momento político muy particular del país, pero se potenció por una cuestión que siempre genera pasión: las chicas. Dos hermosas jovencitas desencadenaron que los tartagalenses protagonizaran una batalla campal enfrentándose a los efectivos del Regimiento de Infantería de Monte Escuela, como se denominaba al actual Regimiento de Monte 28 Juana Azurduy.
Según recordaba Mimessi, era el 6 de agosto de 1966 cuando a la altura de la calle Rivadavia un centenar de muchachos se plantó en la plaza General San Martín frente a un grupo más reducido de jóvenes militares. Al primer grito, los tartagalenses cruzaron la calle y se armó una batahola tal que nadie sabía quién era quien. Un tal Tito, que medía como dos metros, lideraba a los norteños y en medio del fragor tomó del cuello a un petiso que, aunque tiraba piñas y patadas para todos lados, una "pinza" lo inmovilizaba. El pobre, que por su incómoda posición no podía mirar al gigante a los ojos, solo atinó a gritarle: "Pará hermano, no me pegués, yo estoy del lado de ustedes!". Después se supo que era un viajante tucumano que se hospedaba frente a la plaza, en el hotel Espinillo, y al ver la pelea corrió para hacer su contribución a favor de los civiles.
Otro de los que repartió golpes amparado en su metro noventa fue el propio Gato Mimessi, en esos años estudiante en Córdoba. Junto a otros compañeros había regresado al pueblo porque varias universidades estatales habían suspendido sus actividades. Semanas antes, el 28 de junio y como consecuencia de dos grandes intereses como fueron la ley de medicamentos y la política petrolera, se había producido el derrocamiento del entonces presidente Arturo Illia, asumiendo en su lugar el general Juan Carlos Onganía. Las cosas estaban revueltas en todo el país, en especial en el ámbito universitario.
El motivo de la pelea
Tartagal era la única localidad del norte argentino que contaba con una unidad militar más grande aún que la actual, en la que unos 300 soldados hacían el servicio militar obligatorio y revestía la jerarquía de Regimiento Escuela. Los oficiales que egresaban del Colegio Militar de la Nación con el grado de subteniente llegaban a Tartagal para hacer sus primeras armas. Con sus cuerpos trabajados a fuerza de saltos de rana y "carrera march", tenían órdenes de sus superiores de departir poco y nada con la gente. La sociedad tartagalense, que no estaba ajena a los avatares de la política, también entonces había marcado con los uniformados una "grieta", y la falta de simpatía era notoria.
En esos días arribaron al pueblo 12 nuevos oficiales, 6 subtenientes del Regimiento y 6 subalféreces de la Gendarmería, que llegaban para capacitarse y meses antes, con su familia también había llegado desde Tucumán un suboficial principal, padre de dos bellas jovencitas que estudiaban en el colegio Santa Catalina. Las chicas salían siempre acompañadas con oficiales del Regimiento y los muchachos del pueblo mascullaban bronca porque las chicas no les "pasaban ni cinco de bolilla".
El sábado 5 de agosto, las hermanas y dos oficiales concurrieron a las habituales rondas juveniles en la sociedad Sirio Libanesa. No faltó el roce en la pista de baile para llamar la atención de las jovencitas, lo que generó algunos empujones y los oficiales con las chicas optaron por retirarse antes de que la cosa se pusiera peor.
Lavar el honor
Al día siguiente le contaron lo ocurrido en el baile a quien en ese momento estaba como jefe de guardia, un superior santiagueño de apellido Coronel, quien con muy poco criterio mandó a los oficiales "a lavar el honor". Esa noche los oficiales salieron a la plaza, que estaba desierta porque hacía frío, a buscar pelea.
Algunos tartagalenses estaban en el Espinillo, otros en el bar Alberdi, algunos en un barcito de la calle Cornejo y otro grupo jugaba billar en el Centro Español. Un grupito salió del Espinillo y cuando cruzaron la plaza comenzaron a recibir golpes de los militares de buenas a primeras. Uno logró escapar de la paliza y corrió hacia los bares cercanos en busca de ayuda. En cuestión de minutos, unos 100 muchachos se juntaron con tanta celeridad que los militares no tuvieron tiempo de replegarse hacia el Regimiento, ubicado a unas pocas cuadras, para pedir refuerzos.
Una gran batalla
Mimessi, líder natural de la muchachada, llegó corriendo e hizo la gran pregunta: "¿Qué quieren que hagamos?", y todos respondieron: "Q los hagamos rec..." Y ahí se armó.
La pelea se fue hacia la esquina de Alberdi y Rivadavia donde uno de los grandotes cayó el suelo por lo que comenzó a recibir patadas. En ese momento, el "Pelado" Cimadevilla metió la mano al bolsillo trasero del pantalón, movimiento que fue interpretado como la intención de sacar un arma blanca. Eso le dio tiempo al otro para incorporarse y seguir repartiendo piñas, mientras, Cimadevilla guardaba.su peine de bolsillo.
En medio de la pelea, quien hasta antes del golpe de Estado había sido senador por el departamento San Martín, Hugo Heredia, llegó corriendo desde su casa ubicada enfrente de la plaza, mientras por la otra esquina llegaba el exdiputado provincial Suárez Berrueta y no faltó el simpatizante radical que pasaba por el lugar y gritó "Viva la Constitución", por lo que la cosa comenzó a tomar otro cariz.
Tampoco faltó quien fue a advertirle al jefe del Regimiento, pero estaba en Bolivia porque se celebraba la Independencia de ese país. De todas maneras, la información llegó al jefe de Guardia y no tuvo mejor idea que ordenarle a la Compañía A, que utilizaba armas largas, que saliera en apoyo de los oficiales.
"¿A dónde es el desfile?"
A los pocos minutos, unos 50 hombres armados con fusiles, liderados por los tenientes Funes y Frontera, cruzaban el portón del Regimiento con destino a la plaza. Cuando la Compañía bajaba por calle Bolivia se cruzaron con el pediatra del pueblo, el doctor Agustín Magaldi, quien siempre de buen humor les preguntó: "¿A dónde es el desfile, muchachos?". Por el chiste quedó detenido.
Cuando los militares llegaron la pelea ya había finalizado, pero su sola presencia exacerbó más los ánimos. Suárez Berrueta comenzó a recitar el Preámbulo de la Constitución, Heredia entonaba las estrofas del Himno Nacional y a cada manifestación de civismo los revoltosos gritaban.
Cuando el jefe del Regimiento 28 regresó de Bolivia, se dio con la novedad y decidió reunirse con las fuerzas vivas. Hasta entonces, Heredia y Suárez Berrueta ya habían enviado telegramas al Ministerio de Defensa de la Nación pidiendo garantías para la población de Tartagal.
Con los ánimos más distendidos, la Municipalidad, fuerzas vivas y militares organizaron un gran asado que se sirvió en las instalaciones del Regimiento y se denominó "El asado del desagravio". Con algo de desconfianza los tartagalenses asistieron, pero allí quedó definitivamente superada la rencilla que permanece grabada entre los memoriosos de Tartagal y en quienes, pasados casi 50 años, la conocen hoy con lujo de detalles.