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Laberintos humanos. Cada estocada

Lunes, 04 de enero de 2016 01:30
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Laberintos humanos. Cada estocada

Nos trenzamos sabiendo que peleábamos por Perla, nos contó el Varela ese lejano recuerdo de sus Llanos riojanos. No lo dijimos pero lo sabíamos, y cada estocada que nos lanzamos llevaba su nombre. Le dije que era para que no la hiciera sufrir, porque sabía que sufría, y él se rió respondiéndome que era porque me había quedado con las ganas.

Hay que saber perder, me dijo y le crucé un tajo en la cara. Un tajo de esos que marcan para siempre, y se llevó la mano a la herida para embeberla en sangre. No lo maté por no desgraciarme, pensando que no era necesario. Debí hacerlo. Retrocedió sin darme la espalda y era como si me insultara.

Yo no iba a matarlo a traición, pero él me hacía saber que lo temía. Montó y cabalgó hacia su rancho, y al otro día nos llegó la noticia de que se había vengado en ella. Pobrecita, dijo el Varela tapándose la cara para que Carla Cruz no lo viera llorar. Después de enterrarla hice lo que debí hacer y huí para que no me prendiera la justicia.

Entonces el Varela levantó la vista para decirle a Carla Cruz que, si hubiera sabido que esa mujer era la Virgen María, le hubiera pedido que Perla no haya sufrido lo que sufrió, y quién sabe si no podía hacerlo, es la Madre de Dios al fin de cuentas. Carla Cruz tomó las manos del Varela entre las suyas y le dijo que lo comprendía.

Era un recuerdo doloroso y lejano, una memoria que ansía perderse, cuando para nuestra sorpresa vimos a la muchacha que se nos acercaba. El Varela se puso pálido como si fuera un fantasma y apenas si pudo mencionar su nombre.

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