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Laberintos humanos. Para no regresar

Lunes, 01 de febrero de 2016 01:30
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Laberintos humanos. Para no regresar

Como sea, el destino último Vernuce O´Hara se pierde así en sus capítulos finales, ya sea internada con graves muestras de desequilibrio mental, como refiere John Ditulio, y susurrando blues desengañados en la cama del nosocomio público, o perdiéndose en un callejón turbio y fatal, un amanecer después de la función, para no regresar ni muerta ni viva.

Decir que hay gente que dice escuchar el singular tono de su voz cuando llega a aquella esquina, setenta y algo de años después de su presunta desaparición, es algo tan falso como intrascendente. Las cantantes de vida trágica mueven a ese modo póstumo de compasión donde la muerte es negada en pos de una eternidad menos atractiva.

Lo cierto es que aquella tía abuela mía por parte de uno de sus cinco maridos, el productor de cine Al Dubin, se encuentra entre las celebridades que, de un modo u otro, abonan al mito de los inventores de Tilcara: una serie de artistas y teósofos, como es el caso del ruso blanco Atanael Rostopoff, a quien habrá que creer cuando dice en sus escritos póstumos que nunca escuchó hablar de una aldea que lleve ese nombre sino en revelaciones místicas.

Rostopoff aseguraba que Tilcara se hallaba en el punto opuesto del planeta de una aldea tibetana donde se practicaban las mismas costumbres, en base a las mismas creencias, pero en un idioma completamente diferente. Un idioma radicalmente distinto y, por ello, intraducible, de modo que jamás unos podrían saber de los otros, condenados así a desconocer que sus culturas eran entre si un reflejo perfecto.

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