inicia sesión o regístrate.
Laberintos humanos. Destino aciago.
A los diecinueve, Tecú se puso de novio con una muchacha tan celosa que, por los dos años que duró su romance, le impidió carnavalear, y así llegó a los veintiuno sin poder conocer el Carnaval, a pesar de vivir en Tilcara. Tras ese romance vino otro, como suele suceder, y como suele suceder, esta muchacha era lo opuesto de la anterior.
Era una muchacha alocada que le daba motivos ciertos para sus celos varoniles. Coqueteaba hasta con hombres abiertamente desagradables, y era ese eterno y vicioso coqueteo lo que más y más le impedía abandonarla, porque Tristán Quispe sabía que no llegaría a la esquina de su casa sin hallarle sustituto.
Pensó incluso en atarla a la pata de la cama para al menos poder ver el desentierro del diablito, pero temía aún dejarla sola en esas condiciones denigrantes por lo que pasó tres años más sin poder carnavalear, hasta que bajando de Punta Corral la susodicha se fue con el bastonero de la misma banda en la que Tecú tocaba el redoblante.
Ese año supo que nada le impediría concretar su deseo, ya que desde niño siempre por una causa o por otra se perdía los carnavales. Bebió excitado desde el Jueves de Comadres, seguro ya de que era el final de ese destino aciago, y tanto festejó ese año decisivo de su vida, que el sábado se quedó profundamente dormido y se lo volvió a perder.
¿Qué haría Tristán Quispe para lograr su sueño? ¿Cómo evitar nuevamente ese tacle con que lo detenía el destino? Acaso lo sepan mañana, amigos míos, si es que leen un nuevo capítulo de estos Laberintos Humanos.