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Laberintos humanos. Ciertos aldeanos

Viernes, 19 de febrero de 2016 01:30
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Laberintos humanos. Ciertos aldeanos

Adalberto quiso irse de trampa con una vecina, y le dijo a su esposa que lo habían contratado como corresponsal en la Guerra de Estocolmo. Fotocopió varias hojas de un diario viejo, tapando una de las notas con una hoja en blanco, y desde el cuarto del hotel escribía cada tantos días un artículo que enviaba por correo a su propias casa.

En una de esas fotocopias, escribe: Adalberto P., corresponsal en la Guerra de Estocolmo. Como escribí en la anterior, el estado mayor me ordenó buscar a un tal mayor Benítez, a quien busqué en vano varios días hasta que un changuito me dijo que lo vio internándose en la selva tras el rastro del enemigo.

Pero lo cierto es que la amante de Adalberto se había cansado y lo abandonó, lo que nuestro héroe aprovechó para pasar un tiempo solo. Así alternaba entre largas charlas con los borrachos de un almacén y la novela en la televisión del hall del hotel donde paraba, escribiendo cada tantos días una nueva crónica que le mandaba a su esposa.

Ya aburrido, escribió que ciertos aldeanos le dijeron que a ese tal mayor Benítez lo vieron subirse a un ómnibus rumbo a Tilcara, y que se disponía a seguirlo para cumplir con la misión que le habían encomendado. Así es como, algo nervioso porque tal vez en sus crónicas hubiera cometido un error que lo delatara, Adalberto regresó a su pueblo como a las dos semanas de haberse ido.

Hasta acá nos llega la información de esas crónicas escritas en fotocopias de un diario viejo que Adalberto P. usara para simular ser un corresponsal de guerra.

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