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Laberintos humanos. Resolución decorosa

Sabado, 20 de febrero de 2016 18:38
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Laberintos humanos. Resolución decorosa

Adalberto tuvo que callarse la boca, pero su esposa tenía al mayor Benítez en la cama y aunque la trampa la había comenzado él, tenía que resolver el asunto de algún modo decoroso. No era hacerlo salir por la pirca del fondo, porque ahí vivían los Tolaba y sobre todo la Aurelia, que lo que ella supiera pronto lo sabría todo el pueblo.

Aurelia Tolaba era más bien baja pero alegre, pero era incapaz de aprobar la alegría ajena tanto como se permitía la propia, cosa que hacía con tanta frecuencia como podía. Lo hacía, eso sí, con estilo, pero el orgullo se le desvaneció cuando llegó a su casa y ya no estaba su marido. Lo esperó en silencio toda una semana antes de sentir vergüenza.

¿Dónde iba a preguntar sin que se le rieran? No por su desgracia, que tenía poco de gracioso, sino por venganza, porque de cada vecino la Aurelia Tolaba había ventilado su trapito sucio, y más de una vez con mucha saña, como aquella en que la mayor de los Quispe quedó embarazada sin que supiera que el padre era el menor de los Ramírez.

Y el menor de los Ramírez, como todos los sabían y la Aurelia se encargó de recordar, tenía un asunto ya viejo con la del medio de los Mamaní, cuyo primer hijo lo crió Emérito González, quien ejerció con orgullo poco disimulado su rol de padre soltero de María de los Ángeles González Mamaní, cuyo documento era tan largo porque la madre le había dado el apellido.

Así que tanto los Quise, los Ramírez, los González como los Mamaní prefirieron ocultar lo que todos sabían para vengarse de la Aurelia.
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