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Laberintos humanos. Enojada y coqueta

Martes, 15 de marzo de 2016 18:52
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Laberintos humanos. Enojada y coqueta

El juez Pistoccio y Neonadio sospecharon que quien le había mirado el muslo a la dama, en aquella angosta calle arbolada de Ciudad de Nievas, era el malvón plantado en el cantero, pero como la mujer no quiso presentar la denuncia, se parapetaron en la esquina hasta que escucharon que otra señora gritaba, entre enojada y coqueta, que por qué le miraba el muslo.

Miraron hacia el cantero, donde ya no estaba el malvón sospechado de la perversión, y al llegar donde la mujer había gritado, vieron que una catita macho sobrevolaba la copa de un naranjo y se alzó con sus intuiciones de caballeros andantes. ¿Quién le miró los muslos?, le preguntó Neonadio a la dama.

No lo sé, dijo ella confundida y algo decepcionada, y la catita macho parecía reírse de ellos porque, aun siendo descubierta, siendo animal estaba al margen de las posibles acciones de la ley. Pero, al volverse, la catita macho ya no estaba, y como si se hubiera propuesto confundirlos, oyeron que en la vereda de enfrente otra mujer acusaba a nadie que le estaba mirando los muslos.

Cruzaron la calle, y al llegar junto a la señora acusadora vieron que en derredor, en el suelo, sólo había una rama caída. No había más a quien acusar, así que el juez Pistoccio, fingiendo desencanto, alzó la rama, montó su motocicleta negra y, seguido por la de Neonadio, corrieron hacia el garaje de su casa.

Los esperaba ansioso Justino Júmere Jumez, que cuando el magistrado puso la rama sobre la mesa, le preguntó si se trataba de una prueba para resolver el caso del perverso.
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