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Laberintos humanos. La nube
Toronjil llegó a la casa de su novia después de haber vencido al toro endiablado, pero a Carlota Méndez sólo le importaba tenerlo a su lado. Por eso no le quiso escuchar detalles de esa extraña aventura sino que, arreglándose las trenzas, lo abrazó por el cuello, dejó reposar sus labios en los de Toronjil y sus ojos aguardaron una pasión que conocía.
Pero Toronjil no se acercó a Carlota Méndez, y no era por falta de deseo sino que sus ojos se quedaron mirando por la ventana una nube que, arreada por el viento, tomaba la forma del cuerpo de una voluptuosa mujer desnuda.
Y no es que Toronjil deseara otro que el de su Carlota Méndez, como ella creyó en cuanto abrió los ojos para descubrirlo embobado ante la imagen efímera de semejante cuerpazo, sino que lo que le llamaba la atención era la perfección del dibujo, las sombras de la nube semejando sus contornos y el movimiento que, en vez de deshacerlo como sucede con las otras nubes, más bien parecía que le hacía cobrar vida.
Pensaría que se trata de un milagro si no fuera..., comenzó a explicarse con la boca abierta, cuando Carlota Méndez completó la frase: si no fuera tan provocativa, dijo y le pegó un cachetazo como para despertarlo, con lo que apenas logró que se llevara la mano al cachete, sin dejar de mirar por la ventana, cuando la mujer nube parecía guiñarle un ojo mientras se cubría los pechos con los brazos.
Tan perfecto fue el gesto, que la misma Carlota Méndez dejó de quejarse de su novio y ambos salieron de la casa para ver mejor el espectáculo.